30 de junio de 2007

Propaganda y terror

Lamentablemente no es posible albergar duda alguna respecto a la escalada creciente de la barbarie. Al comenzar el siglo xx la tortura había sido eliminada oficialmente en toda Europa occidental, pero desde 1945 nos hemos acostumbrado de nuevo, sin sentir excesiva repulsión, a su utilización al menos en una tercera parte de los estados miembros de las Naciones Unidas, entre los que figuran algunos de los más antiguos y más civilizados.

Una razón de peso sería la extraña democratización de la guerra. Las guerras totales se convirtieron en «guerras del pueblo», tanto porque la población y la vida civil pasó a ser el blanco lógico de la estrategia como porque en las guerras democráticas, como en la política democrática, se demoniza naturalmente al adversario para hacer de él un ser odioso, o al menos despreciable.

Los profesionales de la política y de la diplomacia, cuando no les apremian ni los votos ni la prensa, pueden declarar la guerra o negociar la paz sin experimentar sentimientos de odio hacia el bando enemigo, como los boxeadores que se estrechan la mano antes de comenzar la pelea y van juntos a beber una vez que ha terminado. Pero las guerras totales de nuestro siglo no se atenían en absoluto al modelo bismarckiano o dieciochesco. Una guerra en la que se movilizan los sentimientos nacionales de la masa no puede ser limitada, como lo son las guerras aristocráticas.

Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, 1994.