15 de enero de 2009

El legado

John Saxe-Fernández
http://jsaxef.blogspot.com
Ante el arribo de Barack Obama a la Casa Blanca, en medio de la más grave crisis humanitaria y económica desde la Gran Depresión, es hora de elaborar, de manera preliminar al menos, un inaplazable “corte de caja” ya que llega a su fin la primera década del siglo XXI con la pax americana en serio aprieto. La economía de Estados Unidos experimenta lo que sólo puede calificarse de “colapso integral” después de ocho años de aplicación de la más implacable guerra de clase a nivel doméstico e internacional, en la que se usaron como nunca antes instrumentos de Estado, civiles, militares y de seguridad, para favorecer intereses del capital monopólico/financiero bajo la sombrilla del free trade.

Linda J. Bilmes y Joseph E. Stiglitz (Harper’s, enero/2009) muestran que Bush/Cheney entregan al gobierno entrante una catástrofe económica estimada en 10 billones (trillions) de dólares, registrándose los mayores déficit fiscal, comercial y de deuda en la historia estadunidense e inusitados aumentos en desempleo e inflación, el desplome del ahorro y un debilitamiento de encadenamientos industriales de enorme magnitud, mientras el costo final de la genocida petroguerra y ocupación de Irak, según esos cálculos llega a los 3 billones: un descalabro económico con repercusiones históricas que acompaña la hecatombe humana, financiera y bancaria.

Vivimos un cambio de época que se acelera sin aparente límite de velocidad, y sin que la conciencia se percate de manera cabal del orden de magnitud de los vertiginosos procesos y acontecimientos y su vinculación con crímenes de lesa humanidad y eventos económicos y del entorno ecológico (calentamiento global) condición sine que non para el despliegue de los sucesos históricos sobre la corteza: el “momento monopolar” en la estructura de poder mundial gestado por el derrumbe de la URSS se desvaneció, aún antes de la catástrofe humana y militar desatada por la Casa Blanca de Bush/Cheney sobre la población iraquí y afgana.

El quebranto también es jurídico: ocurre en medio de un imperdonable cataclismo con más de un millón 200 mil bajas civiles en Irak. Ese ataque se hizo bajo las premisas de la “guerra de autodefensa anticipatoria”, anidada en la Doctrina Carter cuando éste proclamó en enero de 1980 ante el Congreso y el mundo que su país tenía “derecho” al uso de toda medida, incluso de la fuerza, para garantizar sus “intereses vitales”. Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad de Carter, sabía que aquello era una réplica de la blitzkrieg nazi con los recursos naturales y humanos de Europa y Rusia en la mira.

La guerra contra Afganistán e Irak es, además, una debacle estratégico-militar y económica que, con la “guerra al terror” hizo añicos los anhelos de la Paz de Westfalia (1648) en el orden internacional y en especial de la normatividad gestada en torno al habeas corpus especificado en la Carta Magna inglesa hace 796 años, así como en los ordenamientos de los Juicios de Nuremberg y las convenciones de Ginebra. La ofensiva nazi-fascista persiste impune, en la tortura y en la implicación de Bush en la criminal agresión perpetrada por Israel contra el pueblo palestino: en ambos casos Obama debe deslindarse, empezando por girar una orden ejecutiva para cerrar Guantánamo. Fueron ocho años de ataque a la Constitución y el estado de derecho, en Estados Unidos y el orbe. Corresponde a la Corte Penal Internacional juzgar los crímenes de guerra de Bush/Cheney et al. En esto coinciden árabes y occidentales, con el endoso del público al gesto –zapatazo– del periodista Al-Zaidi para recordar a Bush los huérfanos y viudas de su carnicería en Irak.

Harold Pinter, en su conferencia magistral por el Nobel de 2005, con exactitud calificó ese genocidio como “un acto de bandolerismo, un acto de abierto terrorismo de Estado, que demuestra el desprecio absoluto por el concepto mismo del derecho internacional… un acto que intentó consolidar el control militar y económico de Estados Unidos sobre Oriente Medio”.

6 de enero de 2009

Salvemos a las tres grandes por ti y por mí

Miércoles 3 de diciembre de 2008. Amigos: Manejo un automóvil estadunidense. Es un Chrysler. Eso no implica respaldo o aprobación. Es más bien un grito pidiendo piedad. Ahora, en aras de la historia que lleva contándose por décadas y que vuelven a contar decenas de millones de estadunidenses, un tercio de los cuales no quiso recurrir a su país con tal de encontrar un maldito modo de ir a trabajar en algo que no se descomponga, les digo: mi Chrysler tiene cuatro años. Lo compré porque se mueve suave y es confortable. Daimler-Benz era dueño de la compañía en el momento y tuvo la buena gracia de colocar el chasis Chrysler sobre un eje Mercedes, y, caray, que dulce paseo.

Cuando podía arrancar.

Más de una docena de veces en estos años, el carro simplemente se murió. Se le cambiaba la batería, pero ése no era el problema. Mi pá también maneja el mismo modelo. Su carro se le murió muchas veces también. No arrancaba, y nunca había razón.

Hace unas semanas, llevé mi Chrysler a la concesionaria Chrysler de aquí del norte de Michigan –y las últimas reparaciones me costaron mil 400 dólares. A la mañana siguiente, el vehículo no quiso arrancar. Cuando lo pude echar a andar, la luz de alarma del freno se prendió y así estuvo prendiéndose a cada rato. A partir de lo que les cuento, ustedes podrían asumir que me importan un bledo estos ineptos fabricantes de chatarra automotriz con sede en Detroit. Pero sí me importan. Me preocupan los millones cuyas vidas y modos de ganarse la existencia dependen de estas compañías automotrices. Me preocupa la seguridad y la defensa de este país, porque el mundo se está quedando sin petróleo –y cuando éste se agote, la calamidad y el colapso que ocurrirán harán que la actual recesión/depresión parezca una comedia musical.

Me preocupa lo que pueda ocurrirle a las tres grandes porque son más responsables que nadie por la destrucción de nuestra frágil atmósfera y del diario derretimiento de las capas de hielo polar.

El Congreso debe salvar la infraestructura industrial que estas compañías controlan y los empleos que crean. Y debe salvar al mundo, del motor de combustión interna. Esa vasta y enorme red de fabricación podrá redimirse cuando construya transporte masivo y carros híbridos/eléctricos, y la clase de transportación que requerimos en el siglo XXI.

Por eso el Congreso debe lograr esto no otorgándole a GM, Ford y Chrysler los 34 mil millones de dólares que están pidiendo en “préstamos” (hace unos cuantos días querían 25 mil millones; así de estúpidos son: ni siquiera saben qué tanto realmente requieren para cubrir la nómina de este mes). Si ustedes y yo quisiéramos un préstamo del banco en esta forma, no sólo nos sacarían de una oreja, el banco nos pondría en una suerte de lista negra de calificaciones para futuros créditos.

Hace dos semanas, los ejecutivos de las tres grandes fueron emplumados con chapopote ante un comité del Congreso estadunidense que se burló de ellos de modo muy diferente a cuando las cabezas de la industria se presentaron dos meses antes. En ese momento, los políticos se tropezaban unos con otros en sus desmayos de extrema emoción por Wall Street y sus estafadores al estilo Carlo Ponzi* que cocinaron bizantinos modos de apostar con el dinero de otras personas mediante canjes de créditos sin regulación, conocidos en lengua vernácula común como unicornios y hadas.

Pero los muchachos de Detroit venían del Medio Oeste, del (¡yuk!), donde fabricaban cosas reales que los consumidores necesitaban y podían tocar y comprar, y que continuamente reciclaban dinero a la economía (¡qué horror!, produjeron sindicatos que crearon la clase media y me arreglaron los dientes gratis cuando tenía yo 10 años).

Por todo eso quienes encabezan la industria automotriz tuvieron que sentarse en noviembre y ser ridiculizados por viajar a la capital del país. Sí, volaron en los aviones de sus corporaciones, justo como los banqueros y los bandidos de Wall Street hicieron en octubre. Pero, ¡eey!, ¡eso estuvo OK! ¡Son los amos del universo! Nada sino las mejores carrozas para la gran finanza cuando se apresta a saquear el Tesoro de la nación.

Por supuesto los magnates de los automóviles fueron alguna vez los amos que dominaban el mundo. Le pulsaban el botón a todas las otras empresas que servían –el acero, el petróleo, los contratistas del cemento. Hace 55 años, el presidente de GM se sentó en Capitol Hill y abruptamente le dijo al Congreso, “lo que es bueno para General Motors es bueno para el país”. Porque, claro, ustedes vean, en su idea, General Motors era el país.

Qué largo y triste el caer de la gracia que presenciamos el 19 de noviembre cuando los tres ratones ciegos recibieron reglazos en los nudillos y luego los mandaron a casa a redactar un ensayo titulado “Por qué me deberían dar miles de millones de dólares en efectivo a cambio de nada”. También les preguntaron que si podrían trabajar por un dólar al año. ¡Tomen! ¡Qué Congreso tan grandioso y aguerrido tenemos! Miren que pedirle servidumbre por deuda a los (todavía) hombres más poderosos del mundo. Y esto, viniendo de un cuerpo sin columna vertebral que no se ha atrevido a enfrentarse a un desgraciado presidente ni a echar por tierra ninguna de las peticiones de fondos para una guerra que ni ellos ni el público estadunidense respalda. Increíble.

Déjenme expresar lo obvio: cada uno de los dólares que el Congreso les dé a estas tres compañías se irá por el escusado directamente. No hay nada que los equipos de administración de estas tres grandes vayan a hacer para convencer a la gente que salga en tiempos de recesión y compre sus grandes productos de pésima calidad, que además gastan enormidades de gasolina. Olvídenlo. Y así como seguro estoy de que los Leones de Detroit (propiedad de la familia Ford) no van a llegar al Super Bowl –nunca– les garantizo que después de que se quemen los 34 mil millones de dólares, regresarán por otros 34 mil millones el verano que entra.

Entonces, ¿qué hacer? Miembros del Congreso, he aquí lo que les propongo:

1. Transportar estadunidenses es y debería ser una de las más importantes funciones que nuestros gobiernos deberían resolver. Y como estamos ante una masiva crisis económica, energética y ambiental, el nuevo presidente y el Congreso deberían hacer algo parecido a lo que hizo Franklin Roosevelt cuando tuvo que encarar la crisis (y ordenó a la industria automotriz que dejara de producir automóviles y en cambio fabricara tanques y aviones): las tres grandes, de ahora en adelante deben producir sólo carros que no dependan del petróleo y, lo que es más importante, que fabriquen ferrocarriles, autobuses, metros y trenes ligeros (junto con un proyecto público a escala nacional que construya las vías para ellos). Esto no sólo salvará empleos sino que creará millones de nuevos trabajos.

2. Podrían comprar, todos ustedes, las acciones comunes de bolsa de General Motors por menos de 3 mil millones. ¿Por qué tenemos que darle a GM 18 mil millones o 25 mil millones por nada? ¡Con ese dinero compren la compañía! (De todos modos ustedes tendrían que exigir instrumentos colaterales si les conceden un “préstamo” y como sabemos que no podrán cumplir los pagos, al final serán dueños de la compañía. Así que por qué esperar. Compren ahora.

3. Ninguno de nosotros quiere que los funcionarios gubernamentales manejen una compañía de autos, pero hay algunos genios muy listos en transportación a los que podrían contratar. Necesitamos una especie de Plan Marshall que nos haga el cambio a vehículos que no dependan del petróleo y que nos lleve al siglo XXI.

Esta propuesta no es radical ni maneja ciencia de punta. Simplemente necesita de una de las personas más listas que han llegado a la presidencia del país para echarla a andar. Lo que propongo ya ha funcionado antes. El sistema de vías férreas estaba en ruinas en los años 70. El gobierno se lo apropió. Y 10 años más tarde tenía ganancias, así que el gobierno la regresó a una mezcla de participación privada/pública y obtuvo unos 2 mil millones de dólares que ingresaron a las arcas del Tesoro.

Esta propuesta salvará la infraestructura industrial –y millones de empleos. Lo más importante es que creará millones de nuevos empleos. Literalmente nos jalará para sacarnos de la recesión.

Por el contrario, ayer General Motors presentó su propuesta de restructuración al Congreso. Prometieron que si el Congreso les daba 18 mil millones de dólares, a cambio eliminarían unos 20 mil empleos. Están ustedes leyendo bien. Les damos miles de millones de dólares para que saquen a más estadunidenses de sus trabajos. Ésa ha sido su “gran idea” durante los últimos 30 años –correr a miles con tal de proteger sus ganancias. Pero nadie se ha puesto a pensar esta pregunta: Si sacan a todo mundo de sus empleos, ¿quién tendrá dinero para ir y comprar un carro?

Estos idiotas no merecen ni un quinto. Despídanlos a todos y adquieran la industria por el bien de los trabajadores, el país y el planeta. Lo que es bueno para General Motors es bueno para el país. Siempre y cuando quien mande sea el país.

Suyo, Michael Moore.

Traducción: Ramón Vera Herrera

* Inmigrante italiano que en los años 20 ideó fraudes muy rentables con fondos de inversión en Nueva York y cuyo nombre se le da hoy a este tipo de estafas. N del T.
Publicado el 13 de diciembre en La Jornada.

5 de enero de 2009

The trap

Documental de la BBC en tres partes, realizado por Adam Curtis (El poder de las pesadillas). Muestra el origen de la idea que tenemos actualmente de la libertad -maniquea, limitada y pocas veces cuestionada- resultado de ideas y técnicas de estrategas y matemáticos desarrolladas para controlar el comportamiento bélico soviético durante la Guerra Fría, adoptadas por los think tanks de los 80's en E.U. y el Reino Unido. Cruda disección de nuestro mundo dominado por la cultura del miedo, el mercantilismo desbordado y una felicidad alcanzada por medio de paliativos.
Nota: en el reproductor de Google, se puede escoger que se desplieguen los subtítulos junto al control de volumen.
Primera parte

Segunda parte

Tercera parte