25 de octubre de 2010

El incendio francés

En las masivas protestas en Francia subyace un resentimiento colectivo contra Nicolas Sarkozy y la oligarquía financiera. A diferencia de las movilizaciones de 1995 y 2006, ahora los franceses saben que el rescate de las instituciones bancarias fue una trampa que derivó en desempleo, salarios insuficientes y trabajos precarios. Les indigna que el sector financiero se rehúse a hacer sacrificios y que sea beneficiario de las medidas económicas adoptadas por las autoridades.

PARÍS, 25 de octubre (Proceso).- La situación es explosiva. Por sexta vez en poco más de un mes, 3 millones y medio de franceses (1 millón, según el gobierno) se manifestaron en todo el país contra el proyecto de ley del presidente Nicolas Sarkozy que prevé retrasar la edad legal de jubilación de 60 a 62 años para los trabajadores de los sectores público y privado, y de 65 a 67 años para quienes no cotizaron el tiempo necesario para cobrar pensión completa.

Las llamadas grèves reconductibles (huelgas cuya duración varía dependiendo de las regiones y los sectores laborales) afectan primarias y secundarias, universidades, hospitales, el transporte público y a las grandes empresas, como las del sector eléctrico.

Un movimiento más radical encabezado por sindicalistas de la Confederación General del Trabajo, cercana al Partido Comunista, paraliza 8 de las 12 refinerías del país y amenaza con la escasez de gasolina.

Por si fuera poco, hace dos semanas la juventud empezó a participar en las protestas. El estudiantado no lo hace masivamente; hasta ahora los más activos son los alumnos de secundaria. En cuanto a los jóvenes trabajadores, si bien igualmente se oponen al proyecto de ley, tampoco toman parte en las manifestaciones, pues corren el riesgo de perder sus empleos, a menudo precarios; y los muchachos desempleados y desesperados de los suburbios aprovechan las movilizaciones para expresar su rabia con saqueos y enfrentamientos con la policía.

Según sondeos, entre 60% y 70% de los franceses apoya a los manifestantes. Sólo deploran los excesos de los jóvenes enardecidos. Muchos temen que el gobierno de Sarkozy aproveche esa violencia para desacreditarlos y asustar a la población.

Vulnerabilidad

La prensa habla de “tradición típicamente francesa de protestas” y de “crisis cíclica”, en alusión a los movimientos sociales de 1995 contra los proyectos de reforma del sistema de jubilación y del seguro social que paralizaron al país; o recordando las luchas de la juventud en 2006 contra el Contrato para un Primer Empleo, defendido por el entonces primer ministro Dominique de Villepin.

Algunos sociólogos, sin embargo, se muestran cautos con ese paralelismo que consideran superficial, reduccionista y peligroso porque no toma en cuenta cambios radicales que transformaron recientemente la percepción que los franceses tienen de la sociedad y del mundo.

El Instituto Wei, especializado en análisis sociológicos en torno de los procesos de elaboración de la opinión pública y los cambios de actitudes sociales en Francia, acaba de realizar estudios sobre estos temas a petición de las grandes empresas. Proceso averiguó que los análisis fueron leídos en círculos cerrados del Palacio del Elíseo y del Partido Socialista.

El sociólogo Alain Mercier Schmitt, director de ese centro de investigación, explica:

“Es obvio que lo que actualmente ocurre en Francia no se reduce a un movimiento cíclico de protestas sociales. Ciertamente, bajar a la calle para expresar oposición a medidas gubernamentales consideradas inaceptables y estallar huelgas es parte de la tradición de lucha social y del funcionamiento democrático del país.

“Pero lo que pasa en este momento rebasa esa tradición. Llevo 20 años analizando a la sociedad francesa y lo que he venido observando desde la crisis financiera de 2008 es absolutamente inédito. El impacto de esa crisis sobre la conciencia de los franceses fue considerable y se manifiesta actualmente.

“Con el derrumbe de Lehman Brothers la crisis financiera empezó a cobrar existencia en los medios. (…) La noticia del desplome de un banco de esa importancia fue un acontecimiento capital: los franceses (…) entendieron que el mundo en el que vivían podía derrumbarse de un minuto a otro. Descubrir eso fue un choque cuyas consecuencias no se borrarán durante mucho tiempo. No es fácil aceptar que acabamos de entrar en una era de vulnerabilidad globalizada.

“Voy a arriesgar una metáfora. Estamos en la situación de un cardiópata que toma conciencia de la fragilidad y de la importancia de su corazón. Antes el enfermo ‘sabía’ que su corazón era importante. Ahora ‘siente’ ese conocimiento. Antes de la crisis financiera todo el mundo ‘sabía’ que la economía era importante. Hoy cada uno ‘siente’ que es vital.

“Ese matiz tiene consecuencias capitales. Genera una modificación radical en la percepción que los franceses tienen de la economía. Los lleva a establecer una distinción drástica entre las lógicas especulativas de los mercados financieros y las lógicas productivas de la economía.

“Esa distinción tan clara es nueva. En los últimos meses hemos realizado entrevistas con un amplio abanico de franceses. Todos están dispuestos a hacer sacrificios para salvar la economía, pero de ninguna manera quieren ser los únicos en sacrificarse. La idea de que la oligarquía financiera pueda aprovecharse de sus esfuerzos sin participar en la salvación de la economía los indigna y los lleva a rebelarse. Es por eso que apoyan masivamente el movimiento social que sacude hoy al país.”

Ruptura

En un estudio publicado en marzo pasado, los investigadores del Instituto Wei recuerdan que en 2009 Sarkozy se empeñó en insuflar esperanzas a los franceses con una campaña a favor del “desarrollo duradero”, que presentó como una de las panaceas. Aseguró también que en pocos meses se lograría reequilibrar el mercado de trabajo, restablecer el poder adquisitivo y aumentar los salarios.

El año 2010 está a punto de terminar y ninguna de las perspectivas optimistas de Sarkozy se concretó.

“Por el contrario”, insiste Schmitt, “el desempleo es alto y no deja de aumentar. Peor aún, estamos alcanzando un nivel muy elevado de desempleo estructural.

“Semejante situación genera una correlación de fuerzas desfavorable para los trabajadores, mientras que la competencia entre empresas se endurece. Y quienes pagan por esa competencia son siempre los mismos: los empleados y trabajadores, cuyos salarios no aumentan y cuyo trabajo es cada vez más precario.

“Por si eso fuera poco, se multiplican las quiebras de pequeñas y medianas empresas, mientras que los bancos, que fueron salvados de la bancarrota por el Estado, rehúsan hacer préstamos.”

El director del Instituto Wei insiste: “Los franceses no se hacen ilusiones. Saben que Francia ya no está en una situación de crisis, sino que acaba de entrar en una situación de endurecimiento económico irreversible.

“A consecuencia de esa perpetuación de la crisis, el mundo económico francés se está volviendo cerrado, apremiante, sofocante y cada vez más duro para los individuos. Es un mundo en el que las relaciones entre empresas y empleados son más tensas que nunca, un mundo terriblemente áspero desde el punto de vista institucional, un mundo en ruptura total con el de la oligarquía financiera.

“Los franceses constatan que mientras más se endurece la esfera económica en la que están condenados a vivir, más próspera se ve esa oligarquía financiera: la revelación por parte de la prensa de lo que ganan los directivos de las grandes empresas les da asco, sin hablar de los beneficios de los bancos, que son exponenciales”, subraya.

Según Schmitt, una parte de los franceses llegó a la conclusión de que las esferas financiera y económica no tienen relación entre sí, lo que echa por tierra el dogma del liberalismo económico. Pero la mayoría dedujo que si la esfera financiera prospera, sólo lo hace a expensas de la económica.

En ambos casos los franceses vivieron un choque profundo que el director del Instituto Wei califica de ontológico.

“Los franceses hoy tienen muy claro que la esfera financiera no es ‘apátrida’, como se ha venido diciendo en los últimos años, sino ‘supranacional’. Se ubica por encima de las naciones. Y es preciso tomar la expresión ‘por encima de’ en todos sus sentidos. Es decir: por encima de los Estados, de las leyes, de los espacios nacionales –de los cuales incluso se burla– y de las jerarquías. La esfera financiera impone su poder a los Estados.”

Ojos sobre la banca

A raíz de esa toma de conciencia los franceses analizaron retrospectivamente y de manera radical la salvación de los bancos en 2008.

“Ahora están convencidos de que fue una gigantesca trampa, de que el Estado salvó a los bancos no porque es más poderoso que ellos, como lo pretendió hacer ver Sarkozy, sino porque no tenía otro remedio. El Estado obedeció a los bancos”, recalca Schmitt.

De igual forma, según el sociólogo los franceses entendieron que la drástica austeridad que la Unión Europea impuso a Grecia para salvarla de la bancarrota fue dictada por los mercados financieros. El ejemplo de Grecia fue también un elemento capital para desacreditar a la esfera política y a los gobiernos que parecen limitarse a ejecutar los dictados de los mercados financieros.

Schmitt enfatiza: los franceses consideran que el poder real está en manos de la oligarquía financiera y no en las de los políticos. Lo político está totalmente desacreditado.

–¿Ven a Sarkozy como subordinado a los mercados financieros?

–Por supuesto. La mayoría de los franceses están conscientes de la necesidad de reformar el sistema de jubilación. Pero aspiraban a hacerlo en forma democrática, con debates y concesiones de ambas partes. Sarkozy se rehúsa rotundamente a ese diálogo y se niega a hacer concesiones. Desprecia a la multitud de manifestantes. No toma en cuenta los numerosos gritos de alarma que surgen de todas partes. Semejantes indiferencia e inflexibilidad son insoportables para la opinión pública nacional, que se muestra cada vez más convencida de que la única meta de Sarkozy es complacer a los mercados financieros que exigen firmeza, intransigencia y rigor.

–La situación se va tensando, pero nadie parece saber qué pasará en los próximos días.

–Todo está en suspenso y todo se vuelve cada vez más peligroso. El plan de Sarkozy es que el Parlamento apruebe definitivamente el proyecto de ley sobre jubilación el próximo 25 o 26 de octubre. Después pretende pasar a otras reformas como si nada. La derecha es mayoritaria en ambas cámaras. A pesar de la inconformidad de un número creciente de parlamentarios, se impondrá la disciplina de partido y se votará a favor de la ley. Pero el precio que va a pagar Sarkozy va a ser muy alto.

–¿Qué quiere decir?

–Su autismo está creando un resentimiento colectivo sumamente fuerte. Después de la votación de la ley todas las relaciones sociales del país serán regidas y determinadas por ese resentimiento colectivo.

“¿Qué significa el hecho de que seis veces consecutivas un mínimo de 3 millones de franceses hayan marchado durante horas por las calles de las principales ciudades? Pues una cosa muy sencilla: quieren ser considerados sujetos políticos, ciudadanos responsables que tienen algo qué decir sobre las decisiones que determinan su futuro. No aceptan ser considerados miembros de un rebaño servil puesto a las órdenes de la oligarquía financiera.”

–¿La situación puede desembocar en algo violento?

–Están todos los ingredientes para que, en el corto o en el mediano plazo, brote la violencia. Como le dije, crecen la frustración y el resentimiento. Los manifestantes se sienten humillados. Además los jóvenes estudiantes y trabajadores están angustiados por esa sociedad que no les brinda perspectivas.

“En cuanto a los jóvenes marginados, su situación está peor que nunca. Los problemas que incendiaron los suburbios no fueron solucionados en absoluto. El ambiente en esas zonas urbanas periféricas empeoró en los últimos años. El abandono en el que se encuentran abrió el camino a una economía subterránea mafiosa y a un auge del integrismo religioso.”

Y apunta: “No hay mucho espacio para el optimismo”.

Artículo escrito por Anne Marie Mergier y publicado en Proceso.