4 de junio de 2007

La privatización del Apocalipsis

Comenzado como el supersecreto “Proyecto Y” en 1943, el Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México ha sido durante mucho tiempo la institución capital del complejo norteamericano productor de armas atómicas. Allí nacieron Fat Man (el gordo) y Little Boy (el muchachito), las dos bombas nucleares que los EEUU lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. El año pasado, la Universidad de California, que había gestionado el laboratorio desde su fundación para el Departamento de Energía, decidió poner a subasta Los Álamos. En diciembre de 2005, el gigante de la construcción Bechtel ganó un contrato de 553 millones de dólares anuales para gestionar este desperdigado complejo, que emplea a más de 13.000 personas y cuenta con un presupuesto anual estimado en 2.200 millones de dólares.


(Applause, por Banksy)

“Privatización” es palabra que no ha dejado de aparecer en las noticias desde que George W. Bush llegó a la Presidencia. Su Administración ha reducido radicalmente las dimensiones del Estado, transfiriendo a compañías privadas funciones públicas cruciales: cárceles, escuelas, agua, bienestar, asistencia sanitaria (Medicare) y servicios públicos, no menos que las actividades de naturaleza bélica. Y sigue sin cejar en el empeño. Más allá de Washington, las trampas y añagazas de la privatización se echan de ver un día sí y otro también en Irak, en donde empresas como Halliburton han cosechado miles de millones en contratos. En el desempeño de puestos de trabajo otrora ocupados por miembros de las fuerzas armadas –desde la construcción de bases y el correo, hasta los servicios alimentarios—, han estafado al gobierno al tiempo que socavaban la seguridad y la incolumidad de las fuerzas norteamericanas suministrando servicios y productos de poca calidad. A Halliburton se ha unido una industria casera de empresas dedicadas a la intendencia militar que han acabado responsabilizándose de todo, desde el transporte hasta los interrogatorios. En el frente bélico, la actividad de esas empresas privadas es ubicua, resulta cada vez más indispensable y está, en grandísima medida, falta de regulación: una combinación letal.

Ello es que, ahora, el largo brazo de la privatización está llegando a lo inimaginable, hasta lo más hondo, al corazón mismo del aparto nacional de seguridad: al laboratorio en el que los científicos aprendieron a represar la fuerza del átomo hace más de 60 años creando armas de proporciones apocalípticas[...]

—Frida Berrigan, 2006.