28 de mayo de 2009

La dependencia ha llevado al país para abajo en desarrollo

Entrevista a Lorenzo Meyer hecha por Roberto González Amador y publicada el 28 de mayo de 2009 en la Jornada.

La clase política mexicana y la elite del poder echaron por la borda el nacionalismo. Prometieron, pero no cumplieron, un país moderno, globalizado, integrado al mercado mundial. La pregunta que se hace el historiador Lorenzo Meyer es si, tres lustros después de que un nuevo modelo de desarrollo fue impuesto, México va mejor.

Lo que ganamos es dependencia. Irnos para abajo en el desarrollo, plantea Meyer, profesor e investigador en El Colegio de México. Decisiones políticas, tomadas desde inicios de la década pasada, unieron a México con Estados Unidos, al menos en el plano económico. “Para nosotros, cada año que pasa sin crecimiento apropiado (6, 7 por ciento anual) lo hemos perdido. Y nos dicen: ‘espérense, ya para el 2014 o 2015 la cosa habrá cambiado. ¿Ese es el proyecto nacional? Pues qué pobre proyecto’”.

Procedente de las prensas de editorial Océano, a principio de este año, Las raíces del nacionalismo petrolero en México, un trabajo que salió a la luz por primera vez en 1968 bajo el título de México y Estados Unidos en el conflicto petrolero, 1917-1942. En la nueva batalla por el petróleo mexicano, conocer los orígenes y razones del esfuerzo nacionalista es una manera de contribuir a poner en claro la dimensión del reto al que México se ha vuelto a enfrentar, dice el autor en la presentación de la obra. Un tema en el que abunda en una entrevista con La Jornada.

–¿Cuál es ese reto al que alude en la presentación de su libro?

–El reto es que la clase política mexicana y la elite del poder mexicana han decidido desde 1980 que realmente el nacionalismo tal y como se fue formulando en México desde el siglo XIX ya no es necesario, que es un problema y un obstáculo al México que ellos han prometido, pero que no han logrado: un país muy moderno, integrado al mercado mundial y a la globalización. Y según esa elite, estos fantasmas del pasado, como tener el control directo del petróleo, no ayudan, son adherencias históricas que ya debieron de haberse quitado.

Para el historiador, justamente ahora, en 2009 queda claro y transparente que hay una serie de errores en ese cálculo. En primer lugar, la globalización no trajo lo que prometió; si el momento cumbre es la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1993, pues llevamos ya 16 años y esta economía no sale y 16 años en el siglo XXI es como un siglo de hace 200 o 300 años. Así que, plantea, echaron por la borda el nacionalismo pero ¿nos fue mejor?

Lorenzo Meyer abunda: “El nacionalismo ha sido usado de manera muy demagógica, pero hay de nacionalismos a nacionalismos y el petrolero fue del real, porque obligó no solamente a su gobierno, sino a su sociedad a enfrentarse a Estados Unidos y Europa y, lo que es más importante, a tener éxito. Son tan poquitos nuestros éxitos, los realmente grandes se pueden contar con los dedos de una sola mano. Éste es uno de ellos y el año pasado –cuando el gobierno planteó una reforma que permitía capital privado en la industria–se dijo que esto ya no era importante”.

“Está bien. Si ese ya no es un elemento importante para la elite del poder, ¿cuál lo sustituye? ¿La existencia de una sociedad justa e igualitaria, como podría ser el orgullo de los países escandinavos? ¿La existencia de un sistema político realmente democrático, como podrían ser todos los de Europa occidental? ¿La existencia de un sistema de justicia realmente justo, donde ricos o pobres reciban exactamente el mismo trato y la justicia brille? ¿Cuál? No tenemos ninguno. ¿Un sistema educativo que, aunque no seamos una gran potencia como Finlandia, se pueda decir: ‘aquí mis niños saben sumar, restar, multiplicar, álgebra y escribir y conocen su idioma’. ¿Ese? Pues tampoco. Entonces, si nos quitan el nacionalismo petrolero y no nos dan nada, me parece entre un crimen y una estupidez. Un crimen, una estupidez y una traición, un poquito de todo o todo junto”.

–En otra parte del libro se refiere a una suerte de tensión que prevalece entre nacionalistas y privatizadores.

–Subsiste, desde luego. Se abatió un poco porque los más nacionalistas lograron detener a la parte más privatizadora. Pero los privatizadores no se han ido y han seguido insistiendo en abrir las puertas a empresas externas, al capital privado. Los nacionalistas creo que quedaron exhaustos, pero tampoco se han ido y ahí está Andrés Manuel López Obrador, que es el portaestandarte de este nacionalismo, sigue dándole vueltas al país y no pierde oportunidad de señalar que en el caso del petróleo hay que mantenerse alerta. Así que las dos fuerzas están listas para el siguiente choque.


Tomado de globalparadigms.blogspot.com
–¿Cuál es ese siguiente choque?

–Cuando alguno de los dos acumule suficiente poder, como para intentar volver a imponer su proyecto. Yo me temo que quienes están acumulando poder son los privatizadores. Tienen la sartén por el mango, pero no han podido legitimar su posición. No han podido convencer de que el petróleo ya no tiene ninguna importancia. Así que yo creo que están esperando volver, desgastar un poco más al movimiento nacionalista y volver a dar el golpe. Después de todo, ellos están en el gobierno, los nacionalistas están fuera.

–En la presentación del libro, hablando nuevamente sobre este tema, dice que este debate del año pasado provocó que el petróleo fuera el centro de un choque entre la izquierda y la derecha. Probablemente antes de esta discusión, esa distinción tan clara que hace se estaba difuminando.

–Estaba difuminada porque la izquierda no había tomado un tema nacionalista. El nacionalismo simplifica mucho, desde luego, pero nos ayudó en este caso, porque antes de eso ciertamente no se había tocado algo tan evidentemente objeto del nacionalismo o del repudio de quienes no se sienten nacionalistas.

–Y en el libro también destaca la actualidad que tiene hablar de soberanía, cuando en algunos círculos se busca hacer creer que este tema no es importante.

–Nacionalismo y soberanía son dos conceptos difíciles de asir y se prestan mucho a la manipulación e incluso la demagogia. Pero sin ellos no se entiende un proceso nacional. Nuestra soberanía nunca ha sido completa, y no sé si alguna vez será. Pero hasta ahorita lo más que tenemos es una soberanía relativa y, eso sí, muy emotiva, ligada al patriotismo, al nacionalismo: la idea de que el mundo se opuso a que México tuviera el dominio de su petróleo. Y México logró ese dominio, fue un momento en que el país logra, por muy poco tiempo, capturar la esencia de la soberanía. Ahora lo que nos dicen es que como manejamos muy mal el petróleo, se lo demos a los que pueden venir a descubrir el tesorito, a los que pueden sacar el tesorito, a los que pueden construir las refinerías para que el tesorito salga rápido.

Si hablamos de la elite económica mexicana, a ésta lo de la soberanía la tiene sin cuidado, lo que quiere son ganancias; pero para un mexicano normal, común y corriente, que no tiene nada de qué sentirse orgulloso de su país, también le quitan lo último de lo que sí podía sentirse orgulloso.

–En una parte de su libro menciona que la expropiación del petróleo quebró la dependencia económica del país. Ahora parece ser que lo que se busca es la dependencia económica.

–Ni duda. Ese es el gran problema de los últimos años. La idea de Carlos Salinas (presidente de 1988 a 1994) con su gobierno ilegítimo, ante una debilidad política y económica, decide que el país sólo puede salvarse si se engancha, como una especie de cabús, al gran tren estadunidense. El interés nacional ya no se va a definir como hasta entonces, que entre un poco más lejos de Estados Unidos mejor para el interés nacional, sino al contrario. Entonces la dependencia se definió como el interés nacional y una buena parte de los mexicanos compró esa idea y no nada más las clases altas. La verdad también es que aquí la opinión pública aplaude a cualquier presidente, hasta al de ahora.

A partir del gobierno del ex presidente Salinas, apuntó, el proyecto del grupo gobernante ha sido unir el país a Estados Unidos. Pero resulta que la economía de ese país crece muy poco, porque ya creció muchísimo, entonces no tiene mucho dinamismo.

Nosotros nos unimos a la economía menos dinámica. Cuando Estados Unidos va creciendo, México no crece mucho, casi nada. Esa dependencia le dio apoyo político a Salinas, pero no le dio energía a la economía. Ahora de 2008 a acá, Estados Unidos se va para abajo y México todavía más, esa es la dependencia, eso es lo que ganamos, irnos más abajo.

10 de mayo de 2009

México, otro último lugar

México destina sólo 0.4% del PIB a la investigación científica
El gasto en México para investigación científica y desarrollo de tecnología equivale a una cuarta parte de los recursos públicos para el pago de intereses de la deuda gubernamental. Su bajo monto representa una carencia que limita la capacidad de crecimiento de la economía y frena la capacidad de respuesta ante emergencias como la epidemia de gripe que afecta al país.

Por su tamaño, la de México es la decimotercera economía del mundo. Medida por el ingreso de sus habitantes es la número 74, según el Banco Mundial. Pero en cuanto al gasto en investigación y desarrollo (I+D) es el país más rezagado entre las naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de acuerdo con un reporte de este organismo.

Último lugar en personal ocupado en áreas de ciencia y tecnología

México invierte en un año el equivalente a 0.4 por ciento de su producto interno bruto (PIB) en investigación y desarrollo, porcentaje que lo ubica en el último sitio entre las naciones que pertenecen a ese organismo, y que a precios actuales equivale a 51 mil 450 millones de pesos, unos 3 mil 958 millones de dólares, indicó el informe OECD regions at a glance 2009. El país también ocupa el último puesto en cuanto a personal ocupado que se desempeña en las áreas científicas y tecnológicas y en registro de patentes, de acuerdo con el organismo.

El último año, el pago de intereses de la deuda pública significó una erogación de recursos públicos por 235 mil 96 millones de pesos, cantidad que cuadruplica los recursos destinados por el país a investigación y desarrollo y que no incluye otros 30 mil millones de pesos que se emplean cada año para financiar el costo del rescate bancario de 1995, que se sigue pagando con fondos públicos, indican datos de la Secretaría de Hacienda.

El desarrollo de innovaciones en las regiones es crucial para mejorar en general la competitividad de las regiones y lograr el crecimiento de las naciones en el largo plazo, apunta el reporte de la OCDE, organismo con sede en París que agrupa a naciones altamente desarrolladas y de nivel medio de desarrollo.

La OCDE, bloque de 30 países al que pertenece México desde 1994, define la investigación y el desarrollo como: el trabajo creativo realizado de manera sistemática con el fin de incrementar el acervo de conocimiento del hombre, la cultura y la sociedad, y la utilización de ese acervo de conocimiento para desarrollar nuevas aplicaciones.

El organismo menciona que una mayor inversión en investigación y desarrollo básicas generará más aplicaciones científicas y tecnológicas. Esta percepción lineal de la forma en que se desarrolla el proceso de innovación, ubica a la inversión en I+D como un factor fundamental detrás del progreso tecnológico y, eventualmente, del crecimiento económico, considera.

En promedio, el gasto destinado por los países de la OCDE a investigación y desarrollo es equivalente a 2.3 por ciento del producto interno bruto del bloque. El país más avanzado en este sentido es Suecia, que destina 3.8 por ciento de su PIB a I+D, seguido por Finlandia (3.5), Japón (3.4) y Corea del Sur (3.1 por ciento).

El último puesto es ocupado por México, que gasta el equivalente a 0.4 por ciento del PIB en investigación y desarrollo, menos que la República Eslovaca, que canaliza 0.5 por ciento; y Polonia, Turquía y Grecia, con 0.6 por ciento de su producto interno bruto en cada caso.

El factor humano


Casi dos terceras partes de los mexicanos en edad y condición de trabajar obtienen su sustento en la calle. En un país con una población económicamente activa (PEA) de 43.5 millones de personas, sólo 15 millones tienen una plaza en el sector formal de la economía, indican datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Y respecto de ese total, en labores relacionadas con la ciencia y la tecnología sólo se ocupa un puñado de personas.

El reporte de la OCDE también ubica a México en el último sitio en este sentido. En el país sólo dos de cada mil empleados (formales) labora en actividades relacionadas con la investigación y el desarrollo. En contraste, en Finlandia, el mejor posicionado en este rubro, la relación es de 32 por cada mil.

Así que, a partir de esos datos, se puede establecer que en México trabajan en actividades relacionadas con I+D unas 30 mil personas.

El personal ocupado en I+D, de acuerdo con la definición de la OCDE, incluye a todas las personas ocupadas directamente en actividades de investigación y desarrollo, tanto investigadores, proveedores directos de servicios, gerentes y administrativos.

Sin registro


Otro terreno relacionado con la ciencia y la innovación en que el país es colero tiene que ver con el registro de patentes.

En el caso de México, sólo se registran anualmente dos patentes por cada millón de habitantes, mientras en Polonia y en Turquía tres, en cada caso; y siete en la República Eslovaca, por citar los países en la parte más baja de la clasificación.

Los punteros en este rubro son: Finlandia, con 271 patentes anuales por cada millón de habitantes; Suecia, con 270 y Suiza con 265, de acuerdo con el reporte de la OCDE.

Artículo de Roberto González Amador, publicado el 10 de mayo de 2009 en La Jornada.

9 de mayo de 2009

Disculpen la molestia

Eduardo Galeano

Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza.

¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés?

El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración?

¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla?




¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?

Según la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes?

¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?

¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal-Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. MacDonald’s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura, y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?

¿Quiénes son los justos, y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?

¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de crimen organizado?

Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles.

Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina 3 millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren 15 niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?

¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es?

¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes.

Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial. Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.

En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?

Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia?

¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia?

¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?

Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ése un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?

¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?

Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia, ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?

Según Lewis Carroll, la reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas:

–Ahí lo tienes –dijo la reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final.

En El Salvador, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. Él murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento.

El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?

A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.


Fuente: kaosenlared