29 de abril de 2009

Food, Inc

Trailer del documental dirigido por Robert Kenner. ¿Sabemos algo sobre la comida que compramos en el supermercado y servimos diariamente en nuestras mesas?

Los cerdos peligrosos usan traje

Las hordas de springbreakers regresaron este año de Cancún con un souvenir invisible, pero siniestro.

La influenza porcina mexicana, quimera genética probablemente concebida en las cloacas de algún chiquero industrial, de pronto amenaza con dar una fiebre al mundo entero. Los brotes iniciales en toda Norteamérica revelan una infección que ya se propaga a mayor velocidad que la más reciente cepa pandémica oficial, la influenza de Hong Kong de 1968.

Robando reflectores al asesino oficialmente designado, el H5N1 –que por lo demás muta con vigor–, este virus porcino es una amenaza de magnitud desconocida. Sin duda parece mucho más letal que el SARS en 2003, pero, siendo influenza, puede resultar más duradero que éste y menos proclive a volver a su cueva secreta.

Dado que las influenzas estacionales domesticadas del tipo A causan la muerte hasta a un millón de personas cada año, incluso un modesto incremento de la virulencia, en especial si se combina con alta incidencia, podría producir una carnicería semejante a la de una guerra en gran escala.

Entre tanto, una de las primeras víctimas ha sido la confortante fe, predicada durante mucho tiempo en los púlpitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en que las pandemias pueden ser contenidas por las rápidas respuestas de las burocracias médicas, independientemente de la calidad de la salud pública local.

Desde las primeras muertes producidas por el H5N1 en Hong Kong, en 1997, la OMS, con el apoyo de la mayoría de los servicios nacionales de salud, ha promovido una estrategia centrada en identificar y aislar una cepa pandémica dentro del radio local del brote, seguida por una completa dosificación de la población con antivirales y vacunas (si las hay).

Un ejército de escépticos ha cuestionado con razón este enfoque de contrainsurgencia viral, pues sostienen que hoy día los microbios pueden viajar por el mundo (literalmente, en el caso de la gripe aviar) más aprisa de lo que los funcionarios de la OMS o locales pueden reaccionar al brote original. También apuntan al primitivo y a menudo inexistente seguimiento de la conexión entre las enfermedades humana y animal.

Pero la mitología de intervención audaz, preventiva (y barata) contra la gripe aviar ha sido invaluable para la causa de los países ricos, como Estados Unidos y Gran Bretaña, que prefieren invertir en sus propias líneas Maginot biológicas que incrementar dramáticamente la ayuda a las líneas frontales epidémicas fuera de su territorio, así como para las grandes trasnacionales farmacéuticas, que han combatido las demandas del tercer mundo por la manufactura pública y genérica de antivirales críticos, como el Tamiflu de Roche.

En todo caso, es probable que la influenza porcina muestre que la versión OMS/CDC de la preparación a una pandemia –sin una nueva y cuantiosa inversión en vigilancia, infraestructura científica y regulatoria, salud pública básica y acceso global a fármacos de vida o muerte– pertenece a la misma clase de manejo de riesgo piramidal que los derivados de AIG o los títulos de Madoff.

No es que el sistema de advertencia de pandemia haya fallado, sino que no existe, ni siquiera en Norteamérica y Estados Unidos.

Tal vez no sea sorprendente que México carezca tanto de la capacidad como de la voluntad política para dar seguimiento a la mortandad de ganado y sus impactos en la salud pública; pero la situación apenas si es mejor al norte de la frontera, donde la vigilancia es un pastiche disfuncional de jurisdicciones estatales y las trasnacionales productoras de ganado dispensan a las regulaciones de salud el mismo desprecio con que tratan a trabajadores y animales.

De manera similar, una década de advertencias urgentes de científicos en el campo no ha logrado asegurar la transferencia de tecnología avanzada de análisis viral a los países que están en la ruta directa de una probable pandemia. México cuenta con expertos de fama mundial en enfermedades, pero tuvo que mandar muestras a un laboratorio en Winnipeg (que tiene menos de 3 por ciento de la población de la ciudad de México) para identificar el genoma de la cepa. Por eso se perdió casi una semana.

Pero nadie estaba menos alerta que los legendarios controladores de enfermedades de Atlanta. Según el Washington Post, los CDC apenas se enteraron del brote seis días después de que el gobierno mexicano comenzó a imponer medidas de emergencia. De hecho, los funcionarios de salud pública de Estados Unidos aún están en gran parte a oscuras acerca de lo que ocurre en México, dos semanas después de que se reconoció el brote.

No debería haber excusas. No se trata de un cisne negro batiendo las alas. La paradoja central de este pánico por la influenza porcina es que, si bien fue totalmente inesperada, también se había vaticinado con precisión.

Hace seis años, Science dedicó una nota importante (reportada por la admirable Bernice Wuethrich) para probar que, luego de años de estabilidad, el virus de la influenza porcina norteamericana ha saltado hacia una vía rápida de evolución.

Desde que fue identificada, al principio de la gran depresión, la influencia porcina H1N1 sólo se había desviado ligeramente de su genoma original. Sin embargo, en 1998 se abrieron las puertas del infierno. Una cepa altamente patógena comenzó a diezmar la población de una granja porcina fabril en Carolina del Norte, y versiones nuevas y más virulentas comenzaron a aparecer casi cada año, entre ellas una extraña variante de H1N1 que contenía los genes internos del H3N2 (la otra influenza tipo A que circula entre humanos).

Investigadores entrevistados por Wuethrich se preocupaban de que uno de estos híbridos pudiera convertirse en influenza humana (se cree que las pandemias de 1957 y 1968 se originaron en la mezcla de virus aviar y humano en el cuerpo de cerdos) y llamaron a la creación de un sistema de vigilancia oficial sobre la influenza porcina: amonestación que, desde luego, pasó inadvertida en un Washington preparado para quemar miles de millones de dólares en fantasías de bioterrorismo mientras hacía caso omiso de peligros obvios.

Pero, ¿qué causó esta aceleración de la evolución de la influenza porcina? Probablemente lo mismo que ha favorecido la reproducción de la gripe aviar.

Desde hace mucho tiempo los virólogos creen que el sistema de agricultura intensiva del sur de China –una ecología inmensamente productiva de arroz, pescado, cerdos y aves domésticas y salvajes– es el motor principal de la mutación de la influenza, tanto la estacional como la genómica episódica. (Más raro es que se dé un salto directo de aves a cerdos y/o humanos, como ocurrió con el H5N1 en 1997.)

Sin embargo, la industrialización trasnacional de la producción ganadera ha quebrado el monopolio natural de China sobre la evolución de la influenza. Como muchos escritores han destacado, la crianza de animales ha sido transformada en décadas recientes en algo más parecido a la industria petroquímica que a la familia feliz de granjeros que presentan los libros de texto para niños.

Por ejemplo, en 1965 había 55 millones de cerdos en más de un millón de granjas de Estados Unidos; hoy existen 65 millones, concentrados en 65 mil instalaciones, la mitad de las cuales tienen más de 5 mil animales. En esencia, se trata de una transición desde los chiqueros a la antigua hacia vastos infiernos de excremento, de naturaleza sin precedente, en los cuales decenas, incluso cientos de miles de animales con sistemas inmunes debilitados se sofocan entre el calor y el estiércol e intercambian patógenos a velocidad de vértigo con sus compañeros de presidio y sus patéticas progenies.

Quien haya viajado por Tar Heel, en Carolina del Norte, o Milford, Utah –donde las subsidiarias de Smithfield Foods producen cada año más de un millón de cerdos por cabeza, así como cientos de pozas llenas de mierda tóxica–, entenderá por intuición hasta qué punto las agroindustrias han interferido con las leyes de la naturaleza.

El año pasado una distinguida comisión convocada por el Centro de Investigación Pew emitió un informe señero sobre la producción animal en las granjas industriales, el cual subrayaba el agudo peligro de que “el continuo reciclaje de virus… en grandes manadas o rebaños incrementará las oportunidades de generación de virus novedosos, mediante mutación o eventos recombinantes, que podrían propiciar una transmisión más eficaz de humano a humano”.

La comisión también advirtió que el uso promiscuo de antibióticos en fábricas de cerdos (alternativa más barata que sistemas de drenaje o ambientes más humanos) favorecía el aumento de infecciones por estafilococo dorado resistentes a los antibióticos, y que los lixiviados de los desagües producían brotes de pesadilla de E. coli y Pfisteria (el protozoario del día del juicio, que ha matado más de mil millones de peces en los estuarios de Carolina y enfermado a docenas de pescadores).

Sin embargo, cualquier intento de mejorar esta nueva ecología patógena tendría que enfrentarse al monstruoso poder ejercido por conglomerados ganaderos como Smithfield Foods (cerdo y res) y Tyson (pollo). Los comisionados del Centro Pew, encabezados por John Carlin, ex gobernador de Kansas, reportaron obstrucción sistemática de su investigación por las corporaciones, incluso con amenazas descaradas de retener financiamiento a investigadores.

Además, se trata de una industria altamente globalizada con equivalente peso político internacional. Así como el gigante del pollo Charoen Pokphand, con sede en Bangkok, logró suprimir investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar por toda Asia, es probable que la prevista epidemiología del brote de influenza porcina se estrelle contra el valladar corporativo de la industria del cerdo.

Esto no quiere decir que jamás se encontrará una pistola humeante. Ya hay versiones en la prensa mexicana en torno a un epicentro de influenza alrededor de una gigantesca subsidiaria de Smithfield Foods en el estado de Veracruz. Pero lo que más importa (en especial dada la amenaza constante del H5N1) es la configuración mayor: la estrategia fallida de la OMS contra la pandemia, la ulterior declinación de la salud pública mundial, el férreo control de las grandes farmacéuticas sobre los medicamentos vitales, y la catástrofe planetaria de una producción ganadera industrializada y ecológicamente desordenada.

Traducción: Jorge Anaya

* Autor de los libros sobre la amenaza de la fiebre aviar: El monstruo llama a nuestra puerta y Ciudad de cuarzo
Publicado el 29 de abril de 2009 en La Jornada.

La doctrina de choque

Sólo una crisis, real o percibida, produce un cambio real. Milton Friedman.
Corto de Naomi Klein y Alfonso Cuarón. Una introducción al nuevo libro de la autora, "The Shock Doctrine".

Actualización del video posteado ya, ahora con subtítulos en español.

9 de abril de 2009

No pagaremos la crisis

París, 8 de abril. Las amenazas del presidente francés cayeron en saco roto. ¿Qué historias son ésas de rehenes?, dijo encolerizado Nicolas Sarkozy. Vivimos en un estado de derecho. ¡No voy a permitir tales actos!, aseguró en alusión a varios incidentes en los que directivos de empresas han sido retenidos por los trabajadores como forma de protesta por el cierre de plantas.

Unas horas después de las declaraciones del gobernante, tres ejecutivos ingleses y uno francés del fabricante de adhesivos británicos Scapa fueron retenidos durante 24 horas por empleados de una planta en el centro-este de Francia, amenazada de cierre.

No deseo una sublevación social, pero veo revueltas en las empresas, dijo la lideresa socialista, Ségolène Royal. Las acciones cuentan con la simpatía de la población: La violencia nace de los empresarios, que sólo piensan en su propio beneficio y destruyen puestos de trabajo, sostienen los sindicalistas.

Según una encuesta de Ifop-Paris Match, 63 por ciento de las personas dicen comprender, pero no aprobar estos actos; 30 los aprueban y sólo 7 por ciento los condenan.

Los sindicatos, que hasta ahora habían sobrellevado las revueltas, suponen cada vez menos que sean una válvula de escape. Tras las protestas de marzo en todo el país, Sarkozy dejó claro que no haría más concesiones. Los sindicatos, que movilizaron en las calles a miles de personas, quedaron literalmente con las manos vacías.

Cuando poco después empleados de Caterpillar, en Grenoble, tomaron en rehenes durante una noche a su jefe, Nicolas Polutnik, y otros directivos, Sarkozy tomó cartas en el asunto y dijo que no dejaría solos a los trabajadores. Al final se salvaron 133 plazas y los empleados recibieron salarios caídos por los días de huelga, además de recibir más dinero para planes sociales. La privación de la libertad por este motivo no tiene consecuencias jurídicas en Francia.

Anteriormente, ejecutivos de Sony Francia y de la filial francesa del estadunidense 3M habían sido también retenidos cuando anunciaron cierres de plantas o despidos; ejecutivos del fabricante alemán de neumáticos Continental fueron recibidos a huevazos después de que la compañía adelantó el cierre de su empresa en Clairoix, lo que dejará sin trabajo a mil 120 empleados; incluso el multimillonario François-Henri Pinault, presidente del grupo de productos de lujo PPR y uno de los empresarios franceses más poderosos, fue bloqueado durante una hora en un taxi en París por trabajadores que protestaban contra el despido de mil 200 de ellos.

La combatividad de las bases en las empresas se ha visto alentada por las informaciones sobre opciones millonarias de compra de acciones y dorados apretones de manos para los altos directivos.

Entonces cunde la ira. Quieren llevarnos como ovejas al matadero, pero van a enfrentarse a leones, dijeron los empleados de Continental, tras un encuentro en el palacio presidencial. No queremos pagar su crisis.

La desconfianza asesta cada vez más golpes a Sarkozy, quien asumió el cargo como presidente del poder adquisitivo que buscaría el crecimiento con uñas y dientes. Y ahora la oposición, incluido el líder del centrista MoDem, François Bayrou, muestra comprensión por la toma de rehenes.

Royal incluso llegó a decir que lo que tildan de revuelta es una reacción a la violencia ejercida contra el país y los empleados. Los trabajadores de Caterpillar se enteraron de su “condena a muerte por la prensa”, dijo la socialista, y denunció la criminalidad de los privilegiados que saquean las empresas y eliminan empleos.

La gobernante UMP acusa a la oposición de promover la violencia mañana, tarde y noche y alentar políticamente los miedos de los franceses. Sin embargo, el malestar social no beneficia a partidos opositores: los sociólogos temen que la crisis salte de la economía a la sociedad.

El pueblo se despide de las elites, explica el director del instituto Mediascope, Denis Muzet. “El abismo entre el mundo real de las víctimas de la crisis y el mundo virtual de los líderes –políticos, banqueros, directivos– es cada vez más profundo.” Por ello se cierne el peligro de que los políticos y sus planes de rescate acaben en el mismo saco que los responsables de la crisis.

En el palacio del Eliseo los temores son parecidos. La crisis económica crea peligrosa tierra fértil para los extremismos, dijo el asesor especial de Sarkozy, Henri Guaino. En los años 30, las crisis alimentaron el antisemitismo y el totalitarismo.

Dpa y Afp, tomado de La Jornada, publicado el 9 de abril de 2009.

7 de abril de 2009

Cuando el destino nos alcance

Konrad Lorenz, Premio Nobel de Fisiología y Medicina, fue el fundador de la Etología, que es la ciencia que se aplica al análisis del comportamiento de los hombres y los animales.

Lorenz renovó el estudio de la sicología del comportamiento, introduciendo la observación directa de la naturaleza. A diferencia de Freud, cuyos análisis de la conducta estaban inmersos en diversos estados de ansiedad, eligió estudiar el mundo salvaje de los animales. Para Lorenz, lo designado como odio, rabia, respeto, propiedad, etcétera, se traducía en agresividad, jerarquía, territorialidad, que él consideraba conductas innatas.

Estas conductas, llamadas instintivas, son independientes de la educación, las influencias sociales, la experiencia, etcétera, o sea, son independientes de influencias adquiridas por la interacción con el exterior. Esta posición científica dio lugar a los llamados reflexólogos, quienes mostraron que varios movimientos son independientes de influencias externas, ya que son respuestas producidas internamente por el sistema nervioso central, y esto, según ellos, genera las llamadas conductas apetitivas necesarias para las expresiones instintivas.

Irenäus Eibl-Eibesfeldt fue quizás uno de los discípulos más distinguidos de Lorenz y el que estableció la disciplina de la Etología Humana. Este etólogo, también austriaco, demostró que entre los niños ciegos y sordos había los mismos movimientos reflexos y mímicas expresivas de cólera, alegría, tristeza, desaprobación, que en los niños sin discapacidades.

En 1961, Eibl-Eibesfeldt, en un magnífico artículo, señaló que los animales de la misma especie, cuando tienen confrontaciones agresivas, protegen a su especie mediante señales de derrota que sólo son reconocidas por ellos y no terminan una pelea matando a su contrincante. Lo esencial es la protección de la especie y representa una conducta instintiva. Si bien es posible que haya excepciones a esta regla, la primera de ellas, desde luego, es el hombre. El ser humano tiene esta característica de no respetar a su propia especie y el nivel de agresión hacia sus similares es altamente frecuente.

Según Eibl-Eibesfeldt, si se suprimiera la agresividad que él considera una fuerza motriz importantísima del desarrollo cultural, esto implicaría la desaparición del espíritu de iniciativa y significaría robar a la especie su gusto por la lucha y su voluntad de vivir.

Para contrariar a Freud, quien pensaba que el sexo era la principal preocupación de la especie humana, en la historia de la humanidad pocos hombres han muerto por amor, pero millones lo han hecho por defender a su patria.

Si bien es cierto que estos conceptos puedan regir a las sociedades en general, hay algunas características del ser humano que son enormemente desdeñables, y entre ellas está la arrogancia y el desprecio que manifiesta una agresividad mal orientada y característica, muy frecuente de los burócratas mexicanos.

En descargo, podría señalar que quizás sea característico de los burócratas en general, pero como no he tenido muchas experiencias con ellos fuera de México, me tendré que referir a los de aquí, de nuestro país. Me pregunto, ¿por qué un servidor público requiere mostrar la peor faceta de su personalidad para enfrentarse al público en general? La gran mayoría de los funcionarios públicos, chicos, medianos o grandes, se suben a un ladrillo de 15 milímetros y se marean y se sienten como si servir o atender a un ciudadano común y corriente no estuviera a su altura, y, desde luego, si el ciudadano es pobre y desamparado, pues su presencia para solicitar o exigir sus derechos se considera totalmente fuera de lugar. No sea, sin embargo, un influyente papanatas, entonces la arrogancia se transforma en servilismo asqueroso.

Lorenz decía que todos los animales atacan a aquellos que perciben como diferentes. Será que un servidor público ve a un desamparado, a un pobre, a un angustiado, como diferente y lo arremete, mientras a un influyente lo ve como igual y le sirve. ¿Qué no todos somos ciudadanos y nos merecemos el mismo respeto? ¿Será que nos vemos intimidados por la pobreza, la falta de recursos, la ignorancia, la humildad de unos, pero nos sentimos dominados por el poder, el buen ver y la riqueza de otros, a tal grado de que despreciamos a los primeros y nos hincamos frente a los segundos?

En un país como el nuestro, donde las condiciones particulares de los pasados 20 años han generado cada vez más pobres, es lacerante y lastimoso ver cómo a los millones que están en condiciones inaceptables para una sociedad, a los más desamparados, se les trata con desprecio por una clase política de inmensa mediocridad y una clase de burócratas que no entiende que el cerebro despertará y el cuerpo terminará por ya no aguantar un destino no merecido. Y, como en aquella película, Cuando el destino nos alcance, esperaría un giro de actitudes que impida un destino no deseado y menos aún merecido por millones de mexicanos.
Artículo escrito por René Drucker Colín, publicado el 7 de abril de 2009 en La Jornada.