16 de febrero de 2009

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Tomado de ffffound.com

14 de febrero de 2009

Que se vayan todos

Al mirar la muchedumbre en Islandia que golpeó cacerolas y sartenes hasta que su gobierno cayó, me acordé de una popular consigna en los círculos anticapitalistas en 2002: “Tú eres Enron. Nosotros somos Argentina”.

Su mensaje era sencillo. Ustedes –los políticos y ejecutivos en jefe apiñados en alguna cumbre comercial– son como los imprudentes y estafadores ejecutivos de Enron (claro, no conocíamos ni la mitad de la historia). Nosotros –la chusma de afuera– somos como el pueblo de Argentina, el cual, en medio de una crisis económica inquietantemente parecida a la nuestra, salió a las calles golpeando cacerolas y sartenes. Ellos gritaron, “que se vayan todos”, y expulsaron a cuatro presidentes, uno tras otro, en menos de tres semanas. Lo que hizo único al levantamiento argentino de 2001-2002 fue que no estaba dirigido a un partido político en particular o siquiera a la corrupción en abstracto. El blanco fue el modelo económico dominante; ésta fue la primera revuelta nacional contra el capitalismo contemporáneo desregularizado.

Se llevó un rato, pero desde Islandia a Lituania, desde Corea del Sur a Grecia, el resto del mundo finalmente tiene su momento “¡que se vayan todos!”.

Las estoicas matriarcas islandesas que golpean sus cacerolas incluso mientras sus hijos saquean el refrigerador en busca de proyectiles (huevos, claro, pero, ¿yogurt?) hacen eco de las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. Así como lo hace la rabia colectiva contra las elites que destrozaron un país que alguna vez fue próspero y pensaron que se podrían salir con la suya. Como dijo Gudrun Jonsdottir, oficinista islandés de 36 años: “Simplemente ya me harté. No confío en el gobierno, no confío en los bancos, no confío en los partidos políticos y no confío en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Teníamos un buen país, y lo arruinaron”.

Otro eco: en Reykjavik, no van a convencer a los manifestantes con un simple cambio de cara en las alturas (aunque la nueva primera ministra sea una lesbiana). Quieren asistencia para la gente, no sólo para los bancos; una investigación penal de la debacle; y una profunda reforma electoral.

En Lituania, en estos días, se pueden escuchar demandas similares. Ahí, la economía se ha contraído más bruscamente que en ningún otro país de la Unión Europea, y el gobierno se tambalea. Durante semanas, el capital ha sido sacudido por las protestas, que incluyeron un verdadero disturbio con la gente lanzando adoquines, ocurrido el 13 de enero.

Como en Islandia, los habitantes de Lituania están horrorizados con la negativa de sus líderes de asumir alguna responsabilidad en su desastre. Cuando Bloomberg TV le preguntó al ministro de Finanzas de Lituania qué ocasionó la crisis, se encogió de hombros: “Nada especial”.

Pero los problemas de Lituania por supuesto que son especiales: las mismas políticas que permitieron que el Tigre Báltico creciera a una tasa de 12 por ciento en 2006 ahora provocan una violenta contracción a 10 por ciento proyectado para este año: el dinero, liberado de todas las barreras, sale tan rápido como entra, con una buena cantidad desviada a los bolsillos políticos. (No es coincidencia que muchos de los casos perdidos de hoy son los milagros de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia y Lituania.)

Hay algo más argentinesco en el aire. En 2001, los dirigentes de Argentina respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad prescrito por el FMI: 9 mil millones de dólares en recortes al gasto, mucho del cual golpeaba a la salud y la educación. Esto resultó ser un error fatal. Los sindicatos llevaron a cabo una huelga general, los maestros trasladaron sus clases a las calles y las protestas nunca se detuvieron.

Este mismo rechazo –que proviene de abajo y se dirige a los de arriba– a pagar por la crisis unifica muchas de las protestas de hoy. En Lituania, mucha de la rabia popular se enfoca en las medidas de austeridad gubernamentales –despidos masivos, servicios sociales reducidos y salarios del sector público recortados–, todo para tener derecho a un préstamo de emergencia del FMI (no, nada ha cambiado). En Grecia, los disturbios en diciembre ocurrieron después de que la policía le disparó a un joven de 15 años. Pero lo que ha hecho que continúen, con los granjeros asumiendo el liderazgo después de los estudiantes, es el enojo generalizado ante la respuesta gubernamental a la crisis: los bancos recibieron un rescate de 36 mil millones de dólares mientras que a los trabajadores les recortaron sus pensiones y los granjeros recibieron prácticamente nada. A pesar del inconveniente de tener a los tractores cerrando las carreteras, 78 por ciento de los griegos dice que las demandas de los granjeros son razonables. De modo similar, en Francia, la reciente huelga general –provocada, en parte, por los planes del presidente Sarkozy de reducir drásticamente el número de maestros– obtuvo el apoyo de 70 por ciento de la población.

Quizá el hilo más fuerte y resistente que conecta este contragolpe global es el rechazo de la lógica de las “políticas extraordinarias” –la frase fue acuñada por el político polaco Leszek Balcerowicz para describir cómo, en una crisis, los políticos pueden ignorar las reglas legislativas y aprobar a toda prisa “reformas” impopulares. Este truco ya no les funciona, como descubrió recientemente el gobierno de Corea del Sur. En diciembre, el partido gobernante intentó usar la crisis para aprobar a la fuerza un controvertido acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Llevaron la política a puertas cerradas a nuevos extremos: los legisladores se encerraron en la Cámara para poder votar en privado, e hicieron una barricada en la puerta con escritorios, sillas y sillones.

Los políticos de la oposición no lo aceptaron: con mazos y una sierra eléctrica, irrumpieron y tomaron durante 12 días el Parlamento. La votación se retrasó, lo cual permitió que hubiera más debate. Fue una victoria de un nuevo tipo de “política extraordinaria”.

En Canadá, la política no se presta para ser vista en YouTube, pero aun así ha estado asombrosamente llena de incidentes. En octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con una plataforma que no era ambiciosa. Seis semanas más tarde, nuestro primer ministro Tory encontró su ideólogo interno y presentó una iniciativa presupuestal que le quitaba a los trabajadores del sector público el derecho a huelga, cancelaba los fondos públicos destinados a los partidos y no contenía estímulos económicos. La respuesta de los partidos de la oposición fue formar una coalición histórica, que sólo se logró impedir que tomara el poder mediante una abrupta suspensión del Parlamento. Los Tories acaban de regresar con un presupuesto revisado: las políticas favoritas de la derecha desaparecieron y está lleno de estímulos económicos.

El patrón es evidente: los gobiernos que ante una crisis creada por la ideología del libre mercado respondan con una aceleración de esa misma agenda desacreditada, no sobrevivirán para contarlo. Como los estudiantes italianos, gritan en las calles: “¡No pagaremos su crisis!”
Copyright 2009 Naomi Klein. www.naomiklein.org
El texto fue publicado en The Nation.
Traducción: Tania Molina Ramírez.

Patentando calabazas

Por Silvia Ribeiro, Investigadora del Grupo ETC. Publicado en La Jornada.

Una empresa semillera estadunidense presentó una solicitud para patentar las calabazas. ¿Suena a cuento? Lamentablemente, si la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos (USPTO) concede la patente US20080301830, la realidad habrá superado nuevamente a la ficción.

La empresa Siegers Seed Company, con base en Michigan, Estados Unidos, pretende lograr el monopolio sobre todas las calabazas que tengan alguna rugosidad (como verrugas) en la cáscara. Esto comprende muchísimas de las calabazas de mayor consumo en el mundo. La solicitud fue publicada el 4 de diciembre 2008, y aún no ha sido finalmente otorgada, pero pone al descubierto lo arbitrario y absurdo del sistema de patentes.

Siegers Seed Company presentó 25 puntos reclamando el monopolio sobre estas calabazas. Por ejemplo, sobre las que tengan una o más verrugas que cubran de 5 a 50 por ciento de su superficie y todas las que tengan determinadas formas, medidas y colores de esas rugosidades. También reclaman el monopolio sobre variedades específicas (Cucurbita maxima y Cucurbita pepo) que tengan verrugas, lo cual incluye las calabazas anaranjadas, el zapallo, calabacín, calabaza italiana, calabazas de cubierta dura (jícaras) y otras. Los reclamos abarcan la planta entera, la semillas y el tejido de cualquiera que cumpla con esas condiciones. Por si fuera poco, la solicitud también reclama que este monopolio se aplique a los predios donde cualquiera de estas calabazas se encuentren presentes de 10 a 75 por ciento.

Una patente no es más que un pedazo de papel en el cual una oficina de patentes concede al solicitante el monopolio exclusivo de un “invento” por 20 años –y la fuerza legal para ejercerlo. Para ello, el solicitante tiene que demostrar que lo que intenta patentar es nuevo, es inventado y tiene utilidad industrial. Las calabazas, zapallos, calabacines, etcétera, o sea todas las cucurbitáceas, tienen centro de origen en México y otras zonas de América del Norte. Han sido adaptadas desde hace 10 mil años, con enorme diversidad –que por supuesto incluye las rugosidades de la cáscara– por las y los campesinos e indígenas de esa región, proceso que continúa hasta nuestros días. Por lo tanto, todos los reclamos de Siegers Seed Company no son más que clarísima y ramplona biopiratería. El Grupo ETC y otros, incluyendo cultivadores y vendedores de calabazas en Estados Unidos, han enviado numerosas evidencias a la USPTO demandando que no se otorgue esta patente. Lo lógico sería que la USPTO la denegara, por tener una amplia historia de “arte previo” –así se llama cuando algo no es nuevo ni inventado, en la jerga del sistema de patentes.

Sin embargo, aunque parezca absurdo, hay riesgo de que la USPTO otorgue esta patente. Baste recordar otro caso similar: en 1999 concedió a Larry Proctor, en Colorado, Estados Unidos, una patente monopólica sobre los frijoles amarillos mayocoba, llamados “Enola” en la patente. Pese a que era obvio y existe abundante documentación mostrado que esos frijoles son una variedad campesina desde hace cientos de años, Proctor obtuvo la patente e inició demandas contra cualquiera que intentara venderlos en Estados Unidos, asestando un certero golpe económico a todos los exportadores mexicanos de ese frijol y a los importadores en el país vecino. El año pasado, se logró, luego de años de denuncias públicas y varias engorrosas y costosísimas demandas, que la USPTO declarara nula esa patente, pero aún podría haber una apelación de parte de Proctor. Mientras tanto, escudado en la injusticia, viene ejerciendo el monopolio de mercado sobre estos frijoles amarillos desde hace 10 años, la mitad del tiempo de validez de una patente que nunca debió existir. Siguiendo el mismo camino, aún sin tener la respuesta final de la USPTO, la Siegers Seed Company ya envió cartas a productores de semillas de calabaza, reclamando su monopolio.

Son sólo dos ejemplos, particularmente claros, entre miles de casos de biopiratería sobre semillas, plantas, microbios y conocimiento indígena sobre ellos. Lo que ponen de manifiesto es que el sistema de patentes en totalidad y de origen, está construido para favorecer a los privatizadores, legalizando el robo social que implica toda forma de patentamiento. Todas las formas de conocimiento (todas las semillas son producto de un vasto y sofisticado conocimiento colectivo) siempre han tenido y tienen una base colectiva y abierta, mientras que las patentes otorgan monopolios excluyentes a personas, empresas o instituciones. Quienes argumentan que es posible combatir estos despojos patentando antes que otros lo hagan, están apenas colaborando con el mismo sistema. La forma de combatirlos realmente es terminar con los sistemas de “propiedad” intelectual, un absurdo que de tanto repetirlo, parece que fuera normal.

8 de febrero de 2009

Indígenas: las herencias de la desigualdad

Artículo escrito por Carlos Monsiváis y publicado el 8 de febrero de 2009 en El universal.
Si algo se transparenta desde 1994 son las evidencias del racismo en México. Ser indio —pertenecer a comunidades a las que así se identifica por prácticas endogámicas, idioma muy minoritario y costumbres “premodernas”— es participar de la perpetua desventaja, de la segregación que “promueve” el aspecto.
Los que niegan el racismo suelen alegar, o solían alegar, el ascenso social de personas con rasgos indígenas muy acusados, pero ninguno de estos indios-a-simple-vista es hoy secretario de Estado, gobernador, político destacado, empresario de primera o simplemente celebridad. (Una excepción, y qué excepción: Mario Marín, el góber precioso que ya con eso “blanqueó” su apariencia.) Esto, para ya no hablar de las indígenas. En su novela Invisible Man, Ralph Ellison describe cómo el prejuicio sobre el color de la piel borra lo singular de las personas, las despoja de su imagen, las deshumaniza. Lo que vuelve indistinguible a un negro de otro negro es el desprecio que la sociedad racista les profesa. Algo semejante sucede desde la Conquista con los indios de México.

¿Por qué no? Ya se sabe: son primitivos, desconocen la maravilla de los libros (al igual que la mayoría de los racistas), son paganos aunque finjan de la catolicidad sin mezclas y se les considera eternos menores de edad, como lo ratifican las instituciones (apenas en 2003 se cancela el Instituto Nacional Indigenista, INI, “tutor” de millones de personas). De acuerdo a este criterio, no se les margina: han nacido fuera y su actitud pasiva sólo confirma su lejanía.
Pertenecer a “la raza vencida” le niega a los indígenas “la posibilidad de desarrollo”. Otras limitaciones: la lengua “extraña” que sólo una minoría comparte, la inermidad educativa, el arrinconamiento en zonas de la depredación ecológica, el alcoholismo, el caciquismo, las inevitables riñas internas, el caciquismo indígena, el aislamiento cultural profundo. Si el sometimiento de los indígenas viene de la Conquista, no obstante las rebeliones esporádicas y sus aplastamientos, el régimen del PRI sacraliza la fatalidad. En 1948, Alfonso Caso, fundador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del INI, define con ligereza tautológica el sujeto de sus encomiendas:

“Es indio todo individuo que se siente pertenecer a una comunidad indígena, (...) aquella en que predominan elementos somáticos no europeos, que habla preferentemente una lengua indígena, que posee en su cultura material y espiritual elementos indígenas en fuerte proporción y que, por último, tiene un sentido social de comunidad aislada dentro de las otras que la rodean, que la hace distinguirse asimismo de los pueblos de blancos y mestizos”.

Indio es el que vive en el mundo indígena, así de preciso es don Alfonso Caso. El mestizo tiene en proporción definida “elementos somáticos europeos”, lo que, de acuerdo a esta argumentación, en algo lo redime. “Todavía se les nota lo indio, pero ya hablan un español reconocible”. En este universo a la miseria económica la complementa la degradación moral, o como se llame a la incesante bruma de borracheras, violencia y tratamiento brutal a las mujeres en ámbitos cercanos al apartheid. La opresión margina, así los ladinos la califiquen de muy voluntaria y emitan su dictamen: “Los indios están así porque quieren”.

Versiones nacionales de lo indígena

La primera versión impuesta de lo indígena es la de la Conquista, que informa con abundancia de la facilidad de la victoria hispánica, esto es, de atraso, barbarie, paganismo. Y tres siglos pasan entre alabanzas marginales a ciudades y obras de arte de los indígenas, y entre condenas de su desconocimiento de Dios. La impresión primera se vuelve estrategia de sojuzgamiento. Si son indios, o descendientes de indios, nunca serán dignos de confianza.

Ya en los albores de la Independencia Fray Servando Teresa de Mier protesta contra esta idea trituradora “porque no puede sufrir que los españoles nos llamen, como suelen hacerlo, cristianos nuevos, hechos a punta de lanza, y que no hemos merecido de Jesucristo una ojeada de misericordia, sino después de 16 siglos entre la esclavitud, el pillaje, la desolación y la sangre”. Y el primero en intentar otra visión del indígena luego de la Independencia es Francisco Pimentel (1823-1893) en su Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México y medios para remediarla (1864).

Pimentel, como examinan Luis Villoro y Manuel M. Marzal, anticipa el gran lugar común del indigenismo. Al cabo de medio siglo de independencia, “hay dos pueblos diferentes en el mismo terreno; pero lo que es peor, dos pueblos hasta cierto punto enemigos”. Item más: los indígenas están degradados y segregados en lo social y lo religioso, ya que, a causa de sus creencias, “no tienen de católicos más que ciertas formas externas”. Se les discrimina y se les desprecia. ¿A qué conduce esto? A que “mientras los naturales guarden el estado que tienen, México no puede aspirar al rango de nación propiamente dicha”, al ser una nación “una reunión de hombres que profesan creencias comunes, que están dominados por una misma idea y que tienden a un mismo fin”.

Al diagnóstico, sucede en Pimentel el remedio abrupto que llega hasta el día de hoy. Si el mestizo es capaz, agudo y de fácil comprensión, el tónico lo bastante activo para elevar al indio a la vida civilizada es la renuncia a su condición cultural, su conversión al mestizaje. “Debe procurarse… que los indios olviden sus costumbres y hasta su idioma mismo, si fuera posible. Sólo de ese modo perderán sus preocupaciones y formarán con los blancos una masa homogénea, una nación verdadera”. ¿La técnica para lograrlo? Instrucción católica, supresión del sistema que aísla a las comunidades, adquisición por los indios (a precios bajos) de la tierra excelente de las grandes haciendas y escolarización. Además, como recapitula Marzal, debe favorecerse la transformación biológica del indio en una raza mixta, fomentando para ello la inmigración europea. Francisco Pimentel plantea lo que será el programa de los liberales de avanzada y de los revolucionarios. A la mayoría de los liberales lo indígena se les presenta como peso muerto.

2 de febrero de 2009

Sin palabras

Ir a la guerra

Conversación del jerarca nazi Hermann Göring, mientras era juzgado en Nuremberg, con el psicólogo G.M.Gilbert, luego recogida en "Los diarios de Nuremberg":

GÖRING: Por supuesto, la gente no quiere guerra. ¿Por qué querría un pobre diablo en una granja arriesgar su vida en una guerra cuando lo mejor que puede conseguir es volver a su granja de una pieza? Naturalmente, la gente de a pie no quiere guerra; ni en Rusia ni en Inglaterra ni en América, ni por supuesto en Alemania. Eso se entiende. Pero, después de todo, son los líderes del país los que determinan la política y es siempre algo muy simple arrastrar al pueblo, tanto si es una democracia, o un regimen fascista, o un parlamento o una dictadura comunista.

GILBERT: Hay una diferencia. En una democracia, la gente tiene algo que decir al respecto mediante sus representantes electos, y en los Estados Unidos sólo el Congreso puede declarar guerras.

GÖRING: Oh, eso está todo muy bien, pero, con voz o no, el pueblo siempre puede ser arrastrados a los deseos de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que decirles es que están siendo atacados, denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y poner al país en peligro. Funciona igual para todos los países.

¿Quién gobierna este país?

La pregunta es parte de una conferencia de Denise Dresser que parece no decir nada que no sepamos ya, pero vale como un contundente recordatorio de lo que somos: ciudadanos mudos gobernados por poderes económicos de facto, mientras el gobierno, que ya casi no lo es, se convierte en el capataz que cuida los intereses de una minoría.





Los pasos el monstruo



Un mapa interactivo que documenta el paso de Walmart por la unión americana, no puede sino remitirnos a la figura de un tumor que crece. La imagen podría ser la de una historia americana de éxito (y sin duda para muchos lo es) si no fuera por que con ello va la marcha del monopolio, la muerte de las "tiendas de mamá y papá", la inhibición de derechos laborales básicos y el sometimiento de pequeños productores a las reglas de uno. El signo de los tiempos.

Se puede ver aquí.