5 de junio de 2007

De la Autodeterminación a la Globaliobediencia

La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente.

El proyecto de autodeterminación nacional

En los años setenta en México se limitaron los campos en los que podía incursionar la inversión extranjera por sí sola o en participación con el capital nacional; al tiempo que se legisló para estimular la difusión de la tecnología e incentivar su rápida asimilación, se creó el Conacyt para impulsar la ciencia y la tecnología nacionales, y se apoyó vigorosamente la educación superior pública. Fue el último eslabón, y por ello el más ambicioso, de un proyecto de nación (nacionalismo revolucionario) que ha muerto hace mucho. Algo similar ocurría en muchos países de América Latina.

Queríamos el desarrollo, una idea que cobra fuerza después de la Segunda Guerra Mundial con el auge de los movimientos independentistas en Asia y África. Las nuevas naciones querían ser algo más que colonias con bandera propia. En América Latina aspirábamos al desarrollo industrial propio basado en empresas nacionales. La inversión extranjera la conocíamos muy bien en las plantaciones bananeras y sabíamos que eso no era el desarrollo. Para desarrollarnos requeríamos nuestra propia capacidad industrial. Subrayo la palabra nuestra con todo propósito. La capacidad industrial es mucho más que el funcionamiento en nuestro territorio de empresas modernas que contratan trabajadores mexicanos. Eso también lo conocíamos con las empresas petroleras y mineras extranjeras. Eso tampoco era el desarrollo. Este requiere capacidades colectivas para generar, adaptar y asimilar tecnologías avanzadas y para poseer y gestionar empresas propias que operen esas tecnologías. Con ese propósito se crearon en los años setenta las leyes e instituciones que mencioné en el primer párrafo. Queríamos un país con autodeterminación política, económica, financiera y tecnológica, en el cual los mexicanos fuésemos los conductores de nuestros propios destinos.

Durante la vida de este proyecto de autodeterminación nacional usamos las posibilidades existentes de financiamiento externo pero, sobre todo entre 1930 y 1970, financiamos nuestro desarrollo básicamente con recursos propios. El modelo económico con el cual se instrumentó este proyecto de nación fue el de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI). Este modelo fue exitoso. Sin embargo, en los años setenta entró en crisis.

La "globaliobediencia"

La mayor parte de los países de América Latina confundieron el modelo con el proyecto de nación y, cuando abandonaron finalmente el ISI, en medio de la crisis de la deuda de los años ochenta, abandonaron también el proyecto de autodeterminación nacional. Arrojaron al bebé con el agua sucia de la bañera. América Latina se quedó sin modelo económico y sin proyecto de autodeterminación nacional. El proyecto de autodeterminación nacional fue sustituido por la "globaliobediencia". Aquí ya no hay proyecto nacional. Hay solamente una actitud de plena obediencia. Como dice Vicente Fox, el FMI marca el camino, nosotros obedecemos.

LA "globaliobediencia" parte de premisas opuestas de la autodeterminación. Si ésta parte de la fe en nuestras propias potencialidades (podemos hacerla solos si así nos lo proponemos), aquélla supone que sólo podemos con el apoyo del capital y la tecnología provenientes del exterior. Por tanto, en vez de limitar la inversión extranjera, debemos invocarla mediante toda clase de rituales y evitar cualquier cosa que le moleste. Mientras la autodeterminación, por tanto, conduce a una actitud científica, el dominio de las condiciones que harán posible la realización de las potencialidades, la "globaliobediencia" conduce al pensamiento escolástico y al mágico-religioso, que supone que la verdad es revelada y ha sido magistralmente sintetizada en la nueva Biblia: el Consenso de Washington (ahora enriquecido en Monterrey).

En la "globaliobediencia" en la que vivimos, de lo que se trata es de aceptar las reglas dictadas por los que saben y pueden, cumplirlas fielmente, rezar por la reactivación de la economía estadounidense, y preparar nuestros recursos humanos para hacer lo que en la nueva división internacional del trabajo nos toca: operar lo que ha sido desarrollado y diseñado en el exterior.

La nueva división internacional del trabajo

En efecto, en la nueva división internacional del trabajo la división entre poderosos y débiles ya no es entre producción primaria y producción industrial, sino entre desarrollo-diseño y operación. Ahora buena parte de la producción de bienes industriales se lleva a cabo físicamente en los países débiles. Las computadoras se desarrollan y diseñan en EE.UU pero se "producen" en una cadena fragmentada en China, Guadalajara, Indonesia. Los del Primer Mundo llevan a cabo las labores creativas, nosotros las repetitivas. Eso sí, los "globaliobedientes", muy orgullosos, muestran el éxito exportador de la industria asentada en el territorio nacional. Pero esta división no sólo se da en la industria. En los servicios pasa lo mismo. Las franquicias (por ejemplo en fast food o en hotelería) no son otra cosa que la codificación de reglas de operación muy detalladas. Los que codifican las reglas y desarrollan los insumos estandarizados y obligatorios, son las empresas trasnacionales. El empresario nacional compra todo empaquetado y sólo tiene que operarlo.

El personal que va a operar estas "fábricas de movimientos repetitivos normados desde afuera" requiere de una educación que es cualquier cosa menos el desarrollo de capacidades de pensamiento independiente y crítico. No necesitamos personal que desarrolle tecnología. Eso sí, se requerirán muchos abogados y administradores y muchos técnicos medios. El modelo de universidades tecnológicas impulsado por Zedillo es el pauta ideal para un país maquilador. La "globaliobediencia" es pobreza de espíritu para todos y, para la mayoría, es también pobreza material.

Algunas evidencias


Algunos países del este asiático proveen las mejores evidencias de cómo la autodeterminación se asocia con el desarrollo, incluso en la época de la globalización. Veamos qué dice al respecto Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía 2001 y ex miembro destacado del establishment internacional: "De todos los países, los del este de Asia son los que más han crecido y han hecho más para reducir la pobreza. Y lo han hecho, resaltémoslo, vía la globalización. Su crecimiento ha estado basado en las exportaciones, aprovechando el mercado global de exportaciones y cerrando la brecha tecnológica... Sin embargo, mientras algunos países de la región crecieron abriéndose a las compañías trasnacionales, otros, como Corea y Taiwán, crecieron creando empresas propias. Esta es la distinción clave: algunos de los países que han tenido mayor éxito en la globalización determinaron su propio ritmo de cambio; cada uno se aseguró que los beneficios del crecimiento fueran distribuidos equitativamente, y rechazó las presunciones básicas del Consenso de Washington, que postulaban un rol mínimo para los gobiernos y rápidos procesos de privatización y liberalización". Está muy claro aquí que estos países del este de Asia tienen un proyecto de autodeterminación nacional y que su éxito ha dependido de ello. La orientación a la exportación fue, en su momento, una decisión autónoma, basada en su apreciación de lo que era mejor para el país. Su rechazo al Consenso de Washington, su desobediencia, marca la esencia de la autodeterminación.

La obediencia globalifílica es también obediencia al "mercado". Para citar otra vez a Stiglitz: "En el este de Asia, el gobierno asumió un papel activo en el manejo de la economía... Los mercados financieros estaban sumamente regulados. Mi investigación muestra que esas regulaciones fomentaban el crecimiento. Fue sólo cuando estos países desmantelaron las regulaciones, presionados por el Tesoro estadounidense y el FMI, que los problemas comenzaron". Obedecer las fuerzas ciegas del mercado conduce al desastre, como argumenta Stiglitz, analizando la crisis de 1998 que arrastró a muchos países del este de Asia. Pero más allá de ello, implica la renuncia a un manejo conciente, autodeterminado, de la economía. Si Greenspan fuese obediente a las fuerzas del mercado, no movería por decreto las tasas de interés como lo hace. No hay, sin embargo, ningún neoliberal que se atreva a criticarlo por distorsionar el mercado. La creencia en la mano invisible que conduce al bienestar para todos es una careta que se ponen los "globalipoderosos" para controlar a los "globaliobedientes".

Paradojas del capitalismo


El capitalismo es un sistema económico sumamente contradictorio. Por una parte, revoluciona la ciencia y la tecnología (las fuerzas productivas) y transforma radicalmente el globo terráqueo. A partir del derrumbe de las economías centralmente planificadas, el capitalismo se ha vuelto totalmente hegemónico. Adam Smith citaba a su maestro, Ferguson, quien decía que la división del trabajo estaba convirtiendo a Inglaterra en una nación de idiotas (esclavos). Se refería más a la división técnica del trabajo (división en operaciones parciales al interior de una empresa) que a la división social del trabajo (la que permite que unos produzcan alimentos y otros calzado, por ejemplo). El trabajo repetitivo que la división técnica del trabajo genera (expresada magistralmente por Chaplin en Tiempos Modernos) priva al trabajo de su esencia creativa y transformadora, convirtiéndolo en trabajo enajenado. En ese sentido convierte al trabajador en esclavo.



Librado el mercado a sus propias reglas, sin el poder compensatorio de los sindicatos ni el poder regulatorio del Estado, conduce a grados de explotación infrahumanos de los trabajadores. La pobreza más extrema. La vida digna y civilizada de los trabajadores en los países del centro y en las ramas modernizadas de todo el mundo se logró mediante la organización y las luchas obreras que condujeron a la reglamentación legal de los derechos de los trabajadores, derechos globalizados en la Organización Internacional del Trabajo (la OIT, que existió, por cierto, antes que la ONU). Estas luchas obreras, lejos de frenar el desarrollo del capitalismo, fueron la base de su constante capacidad innovadora. A cada triunfo de la clase obrera, las ganancias bajaban, lo que estimulaba la búsqueda de innovaciones adicionales para recuperar las tasas de ganancia.

Pero Smith veía, al mismo tiempo, en la división del trabajo (de ambos tipos) el origen de la riqueza de las naciones. La división del trabajo supone el intercambio de bienes y servicios, es decir, el mercado. La globalización es la conversión, que se ha acelerado en los últimos 15 años, de los mercados nacionales en un único mercado mundial. La unificación del mercado, sin embargo, ha sido parcial. Se han unificado los mercados de bienes, servicios y de capitales. Los mercados de la fuerza de trabajo, la mercancía que marca el sello distintivo del capitalismo, no sólo no se han unificado, sino que las trabas migratorias en los países del Primer Mundo han venido aumentando. Al otorgarle al capital y a las mercancías plena movilidad internacional, pero no al trabajo, la globalización cambió las condiciones de la lucha entre el capital y el trabajo. El capital puede chantajear a los trabajadores y al gobierno con irse a otro país.

Como dice Stiglitz, el recurso móvil obliga a los demás a la disciplina: "Hoy en día un país que no trate bien al capital verá rápidamente cómo éste se retira. En un mundo de libre movilidad del trabajo, si un país no tratase bien al trabajo calificado, éste también se retiraría. Los trabajadores se preocuparían de la calidad de la educación y el cuidado de la salud de su familia, la calidad del medio ambiente, sus condiciones de trabajo y sus salarios. Ellos dirían al gobierno: si no nos proporcionas estos beneficios esenciales, nos iremos a otro lado. Sería algo muy diferente a la disciplina que deriva del libre flujo de capitales". En este ejemplo queda claro por qué la globalización genera pobreza. Al cambiar la correlación de fuerzas entre el trabajo y el capital, disminuyen los salarios reales. El factor compensatorio del sindicato perdió fuerza. El poder regulatorio del Estado no rebasa las fronteras nacionales y la OIT carece de todo poder coercitivo, no participa en la Organización Mundial de Comercio ni en los acuerdos de libre comercio. Países como Corea, centrados en su propio capital nacionalista que no chantajea con retirarse, resultan privilegiados en este sentido.

¿Podrá un país "globaliobediente", hoy día, replantear su situación, proponerse un proyecto nacional autodeterminado, rechazar el Consenso de Washington y resultar exitoso? Sin duda no sería un camino fácil, pero mi impresión es que están madurando las condiciones que lo hacen posible.

—Julio Boltvinik. Economía Moral.