26 de julio de 2009

Entrevista a Rafael Correa

Entrevista realizada por el periodista argentino Jorge Lanata al presidente ecuatoriano Rafael Correa. Éste da una clara lección de su visión de estadista, hablando sobre el papel de los medios de comunicación, la deuda externa, el neoliberalismo, los recursos naturales y el socialismo del siglo XXI.

No hay nada más tonto que un obrero de derechas

Abril, en Quito. Un taxista me lleva desde el hotel hasta la casa de gobierno (el Palacio Carondelet, en el hermoso distrito histórico) y me da su impresión sobre el presidente Rafael Correa, que el día previo ha sido reelecto por mayoría absoluta de votos. "No me gusta. No le da seguridad jurídica a las empresas". El mismo argumento escuché en otro trabajador ecuatoriano. Pero podría ser peruano, colombiano, chileno, uruguayo o argentino. Tanto ha penetrado el discurso promercado y neoliberal que ahora un trabajador se preocupa de la "seguridad jurídica" de las empresas. Si eso pasa, estamos en problemas, pienso mientras avanza el taxi. Estamos peor de lo que creía. El 10 de agosto Correa asume su nuevo mandato. Habrá que corregir, también ahí.

No está mal que un inversor reclame reglas claras. Si va a destinar su dinero a un mercado, obviamente exigirá estabilidad en el marco que lo va a regular. Claro, si no lo regulan, como pasó en años recientes, mejor, porque se trata de optimizar ganancias a como dé lugar, que eso es el fin de un capitalista, no como dicen en las engañosas propagandas según las cuales su prioridad es el cliente, el país, la creación de empleo, etc. Puñeterías. El objetivo es ganar dinero, cuanto más mejor. Y eso tampoco está mal pues son empresas, no entidades filantrópicas, sólo que no les gusta que se note. Perry Anderson hablaba del carácter vergonzante de decirse capitalista, algo que cambió en la década del 90, tras la caída del comunismo soviético. Antes se decían el mundo libre, occidente, y Anderson registra que cuando el enemigo ya no estuvo, dejó de ser vergonzante llamarse capitalista. Al contrario, ahora anacrónico suena decirse comunista.

Pero ahí están las compañías, su enorme poder mediático, para reivindicar su derecho a pedir reglas claras. Y bien que lo hacen. ¡Si hasta lo acaba de reclamar, como enojado, el presidente de Repsol a los gobiernos de América Latina, donde la petrolera ganó más dinero que en ningún otro lado (y de paso se hizo petrolera en serio)! Ahora, que la "seguridad jurídica" de las empresas la pida un trabajador y se olvide en todo caso de exigir seguridad para su trabajo, su salud, la estabilidad de sus ingresos, la educación de sus hijos, la seguridad de su techo, de su alimento diario, de sus aportes jubilatorios, habla de cuánto terreno ganó el discurso del "mercado". Los accionistas pueden dormir tranquilos, la masa laboral le cuida sus intereses.

Fragmento de Ecuador: los desafíos de Correa en su segundo mandato, escrito por Néstor Restivo (periodista del diario Clarín de Buenos Aires e historiador. Ha publicado los libros Chile: la crisis de 1973 y los ciclos económicos y El Rodrigazo, treinta años después.), publicado el 19 de julio de 2009 en www.sinpermiso.info

México: de aquellos polvos, estos lodos

Jeff Faux*

El pasado invierno, tanto el director saliente de la CIA como un informe independiente realizado por el Pentágono afirmaron que la inestabilidad política en México resultaba comparable a la de Pakistán e Irán como amenaza de primer orden a la seguridad nacional de los EEUU. Exageraban; México no es todavía un “Estado fallido”. Sin embargo, no hay duda de que marcha en esa dirección.

Una guerra criminal entre cárteles de narcotraficantes costó el año pasado la vida a, por lo menos, 6.000 personas, incluidos funcionarios públicos, policías y periodistas. El país encabeza la lista mundial de secuestros (Pakistán va en segundo lugar). Y con la crisis global, su economía crónicamente anémica sufre una hemorragia de puestos de trabajo, empresas y esperanzas.

No es sorprendente que los votantes dieran la espalda al partido derechista del presidente Felipe Calderón, el PAN [Partido de Acción Nacional] en las elecciones parlamentarias del pasado 5 de julio. Pero el partido de centroizquierda, el PRD –al que muchos creen le fue robada la presidencia en las elecciones presidenciales de 2006— se ha autodestruido como consecuencia de una lucha de facciones. Así pues, frustrados, los mexicanos devolvieron el parlamento al Partido Revolucionario Institucional (PRI), al que décadas de dominación corrupta y autoritaria parecían haber enterrado definitivamente en 2000. Al menos, piensan muchos electores, el PRI sabe cómo mantener el orden.

Los mexicanos son responsables de lo que ocurre en su propio país, huelga decirlo. Pero la geografía les ha obligado constantemente a hacer su propia historia a la sombra de su vecino septentrional. “¡Pobre México!”, reza un viejo dicho, “¡tan lejos de Dios y tan cerca de los EEUU!”. Hoy, México es un ejemplo paradigmático de los efectos destructivos de la teoría económica neoliberal promocionada en el mundo entero por la clase rectora en los EEUU.

El Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), propuesto por Ronald Reagan, negociado por George Bush y pasado por el Congreso por Bill Clinton en 1993, es, a la vez, símbolo y substancia del neoliberalismo. Se vendió a la ciudadanos de los EEUU, México y Canadá con la promesa de que el libre comercio de bienes y dinero transformaría México en una economía de florecientes clases medias, reduciendo espectacularmente la inmigración ilegal y creando un vasto mercado para las exportaciones de los EEUU y, en menor medida, Canadá.

Quince años después, México sigue siendo incapaz de crear el volumen suficiente de puestos de trabajo para dar empleo a su población. La emigración se ha multiplicado por dos, y a ambos lados de la frontera mexicano-estadounidense lo que ha conseguido la acrecida competencia en el mercado de trabajo es mantener bajos los salarios. En la cúspide, los ingresos y la riqueza se han disparado. No es por casualidad que entre los padrinos del NAFTA se hallaran el antiguo secretario del Tesoro Robert Rubin (demócrata) y el antiguo presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan (republicano), las huellas digitales de los cuales se hallan por doquiera en el desastre financiero global del presente.

Yo me opuse al NAFTA desde el comienzo. Sin embargo, consideraba que lo mejor que podía esperarse de él eran las eficiencias generadas por la integración económica, que podrían al menos hacer más competitivas internacionalmente a las empresas estadounidenses y mexicanas. Pero incluso ese argumento terminó siendo tan válido como una participación en un fondo de inversiones de Bernie Madoff.

Hace varios años, pronuncié una conferencia ante un grupo hombres de negocios en Ciudad de México. Los procedentes de los bancos y de las corporaciones transnacionales pensaban que el NAFTA había sido un gran éxito, pero los pequeños y medianos empresarios mexicanos veían las cosas de muy otra manera. Ustedes los estadounidenses, dijo uno de ellos, prometieron que con su tecnología y nuestro trabajo barato podríamos asociarnos para competir con Asia. Pero, en cambio, lo que ustedes hicieron fue abrir sus mercados a China e invertir allí. “Desde luego”, dijo. “Podemos fabricar componentes de TV por la mitad de lo que cuesta hacerlo en los EEUU. Pero los chinos pueden fabricarlos y fletarlos por la décima parte. Así que, en vez de cerrar el hiato entre México y los EEUU elevando los salarios, lo que hemos hecho es reducir el hiato entre México y China, bajándolos.”

Cuando le mencioné este diálogo a un banquero neoyorquino de inversión que había cabildeado en su día a favor del NAFTA admitió haber hablado vagamente sobre una asociación con México. Para añadir, frunciendo el ceño: “Las cosas cambian”, es decir, que las oportunidades de beneficio en China dejaban muy pequeña cualquier cosa que México pudiera ofrecer.

Las gentes de Wall Street no tenían mucho interés en que México fuera más competitivo. Tampoco tenían gran interés en que los EEUU fueran más competitivos. Su propósito era precisamente el contrario: desconectarse a sí mismos y a sus socios granempresariales del destino de cualquier país particular. La Organización Mundial de Comercio, la apertura del mercado estadounidense a China y un rimero de acuerdos bilaterales de comercio siguieron la estela del NAFTA.

En México, la elite económica y financiera colaboró encantada. Por ejemplo, el NAFTA abrió a los bancos mexicanos a la inversión extranjera: los cabildeadores políticos que habían conseguido comprar al Estado el gigante Banamex por 3,2 mil millones de dólares y obtener subsidios públicos permanentes vendieron luego el banco, con subsidios incluidos, a Citigroup por 12,5 mil millones de dólares. Hoy, cerca del 90% del sistema bancario mexicano está en manos de inversores estadounidenses y extranjeros, quienes no están obligados a reciclar los depósitos mexicanos, o el dinero del gobierno mexicano, y devolverlos a México, sino que pueden invertirlo en cualquier parte del mundo.

La adquisición de Banamex fue negociada por Rubin tras ser nombrado presidente del comité ejecutivo de Citigroup con un sueldo de 17 millones de dólares anuales. A finales de los 80, cuando estaba en Goldman Sachs, Rubin copatrocinó la privatización del sistema telefónico mexicano a favor de Carlos Slim, un empresario mexicano muy bien relacionado políticamente. Lo que hizo Slim entonces fue usar los beneficios monopólicos obtenidos de sus elevadas cuotas telefónicas para invertirlo por todo el planeta, lo que incluye una substanciosa participación en el New York Times. En la última lista de Forbes, Slim aparece como el tercer hombre más rico del mundo.

Ello es que, mientras la economía estadounidense andaba hinchando burbujas punto.com y subprime, el modelo neoliberal parecía estable. Los inversores norteamericanos disponían de depósitos bancarios mexicanos y de trabajo barato mexicano en ambos lados de la frontera. Merced a la emigración hacia los EEUU, los oligarcas mexicanos se libraron de trabajadores frustrados que podrían haber resultado políticamente molestos. La economía también se ha beneficiado de las remesas de dinero en divisa fuerte que los emigrantes envían a sus familias.

Otra inyección de dinero en efectivo a la economía mexicana, no registrada en las estadísticas oficiales, son los cerca de 25 mil millones de dólares procedentes de la exportación ilegal de droga a los EEUU. Ahora mismo, con unas remesas deprimidas, unos precios del petróleo deprimidos y un turismo deprimido, el narco-comercio es probablemente el mayor suministro de divisa fuerte que tiene México.

El NAFTA y la ideología neoliberal que representa no son, huelga decirlo, las causas últimas del narcotráfico. Pero han sido factores causales de la mayor importancia en su monstruoso crecimiento reciente. Para quienes no conozcan de cerca la situación: el tratado de comercio creó una superautopista de dos direcciones para el contrabando; los señores mexicanos de la droga usan los dólares conseguidos en sus exportaciones para importar fusiles, helicópteros y sofisticado equipo militar de los EEUU para librar sus guerras territoriales. Al estrangular las pequeñas granjas mexicanas, incapaces de competir con el muy subsidiado agronegocio estadounidense, el NAFTA contribuyó también a expandir el volumen de jóvenes desempleados, que son la base de reclutamiento de los narcotraficantes. Y la integración bancaria bajo el NAFTA hizo mucho más fácil el lavado de dinero.

Más importante aún, tal vez: el NAFTA contribuyó a mantener la red de corrupción de los oligarcas mexicanos. Las elecciones presidenciales de 1988 –robadas por el entonces gobernante PRI al PRD— supusieron un shock para los poderes establecidos de ambos lados de la frontera. Al abrir México al dinero y a la influencia estadounidenses, el NAFTA se convirtió en una vía, según me dijo en cierta ocasión el representante norteamericano de Comercio, “para mantener a la izquierda alejada del poder”.

Hasta los 80, el contrabando mexicano de droga –sobre todo, marihuana— hacia el norte era modesto en escala, y generalmente tolerado por los sucesivos gobiernos del PRI. Su mensaje era el siguiente: no nos preocupamos de lo que vendéis a los gringos, pero nada de vender droga aquí a nuestros hijos, y por supuesto, compartid bajo mesa una parte de vuestros beneficios con nosotros. Pero los neoliberales respaldados por los EEUU que se hicieron con el control del PRI en los 80 tenían vínculos más estrechos con los cárteles mexicanos. El hermano y el padre del presidente y campeón del NAFTA, Carlos Salinas –celebrado en Washington como un buen gobernante reformador— fueron repetidamente acusados de conexiones con el negocio de la droga. En el primer año de Salinas en el cargo, su jefe nacional de policía fue descubierto con 2,4 millones de dólares de dinero procedente de la droga en el maletín de su auto.

En los 90, a medida que los cárteles de la droga mexicanos, mejor ubicados geográficamente, desplazaban los colombianos del mercado estadounidense de cocaína, sus beneficios y su influencia política creció. Pero también creció la rivalidad entre ellos y las facciones gubernamentales aliadas a ellos por el control de las rutas comerciales. Empezaron a verse por las calles cuerpos cosidos a balazos, desencadenando el nerviosismo público.

Buscando legitimidad tras las elecciones de 2006, ensombrecidas por la sospecha de fraude, el presidente Felipe Calderón declaró la guerra a los narcotraficantes. Fue un gesto popular, pero dado que la policía, el ejército y el aparato judicial están muy infiltrados por las bandas, le salió el tiro por la culata. Los narcos reaccionaron con una violencia terrorífica: asesinatos, decapitaciones y mutilaciones de policías, soldados y matones, actos, todos ellos, desvergonzadamente exhibidos en YouTube. Sabedor de que perdía el control de la situación, Calderón pidió ayuda a George Bush II. Resultado: la Iniciativa de Mérida, un programa de 400 millones de dólares anuales para suministrar helicópteros, equipo militar y entrenamiento a la policía y al ejército mexicanos.

Tras décadas de mantener distancias con los EEUU, los militares mexicanos –como las fuerzas armadas de Colombia, Honduras y otros países latinoamericanos— se están convirtiendo en clientes del Pentágono. A su vez, la sociedad mexicana se está militarizando. La corrupta policía local está siendo desplazada por los soldados, que acaso sean algo menos corruptos, pero que representan una mayor amenaza para los derechos humanos y la democracia. Un informe del pasado abril de Human Rights Watch identificó 17 casos específicos de abusos del ejército mexicano, incluidos “asesinatos, torturas, violaciones y detenciones arbitrarias”.

A favor de Barack Obama hay que decir que al menos ha sido capaz de reconocer lo que sus antecesores en el cargo negaban, a saber: que la demanda estadounidense de drogas y su suministro de armas hace de los EEUU un facilitador del proceso de crecimiento de los narco-señores de la guerra. Pero también ha dejado claro que ninguna de estas cosas está en la agenda política de su administración. Además, así como Bill Clinton llevó a buen puerto el acuerdo NAFTA de George Bush I, Barack Obama ha hecho suya la Iniciativa de Mérida de Bush II.

Dada la nula disposición de los políticos estadounidenses a enfrentarse con el problema de la demanda de droga, no es probable que la Iniciativa de Mérida vaya a tener más éxito en punto a la erradicación del comercio de droga del que lo ha tenido el Plan Colombia (dotado con 6 mil millones de dólares). Lo mejor que cabe esperar es algún tipo de reparto del mercado entre los cárteles que termine siendo tácitamente aceptado por el gobierno mexicano, mientras Washington mira pudorosamente para otro lado. Dado que en muchas áreas el dinero de la droga es la principal fuente de financiación de las campañas electorales, un parlamento mexicano dominado por el PRI podría terminar convirtiéndose en el foro adecuado para la negociación de un final, no por cínico menos bienvenido, de los asesinatos.

Entretanto, la violencia del mundo de la droga ha logrado disuadir a turistas e inversores, empeorando todavía más la recesión mexicana. El grueso de las previsiones esperan que la economía se contraiga alrededor de un 6% este año: un golpe tremendo para un país en el que el 45% viven con 2 dólares al día, o menos. Respuesta de Calderón: rescatar las grandes empresas que especularon con derivados financieros de Wall Street y un incremento del gasto público con cuentagotas, esperando, una vez más, que los EEUU absorban el excedente mexicano de trabajo.

Pero, aun si la economía de los EEUU se recupera, es improbable que vuelva a generarse un boom crediticio como el que mantuvo a flote al NAFTA. En la era post-crac, los EEUU se verán finalmente forzados a enfrentarse a sus déficits comerciales y a su imponente deuda exterior. Los estadounidenses tendrán que reducir su gasto de consumo, incrementar el ahorro y vender más –y comprar menos— al resto del mundo. Si México no pudo prosperar durante 15 años exportando bienes y trabajadores a un pletórico mercado de consumo estadounidense, resulta difícil de creer que podrá hacerlo cuando ese mercado se ha deshinchado.

Hay que repensar por entero la relación. A este respecto, el olvido en que ha caído la exigencia de Obama, durante su campaña electoral, de renegociar el NAFTA, ha de considerarse una oportunidad perdida. Un nuevo debate sobre el tratado de comercio podría haber favorecido la discusión pública sobre el fracaso de la teoría económica neoliberal, sobre la “guerra a las drogas” y sobre una política inmigratoria que ignora las causas que llevan a los trabajadores mexicanos a cruzar la frontera. Podría haberse convertido en un fórum para reflexionar cabalmente sobre cómo puede ponerse la integración continental al servicio de la población trabajadora, y no meramente al servicio de los inversores. Por ejemplo: ¿qué tipo de políticas cooperativas de transporte, energía e industrialización verde podrían hacer que las gentes de las tres naciones –ahora ligadas por un mercado único— llegaran a ser más competitivas globalmente?

Los asesores de Obama, gentes de Wall Street, no tienen mayor interés que Bush en este tipo de cambio. Y sin una nueva dirección económica, la vida para el mexicano medio empeorará sin lugar a dudas, y crecerán las tensiones sociales. Algunos amigos mexicanos observan que la Revolución contra España estalló en 1810, y que la Revolución contra el dictador Porfirio Díaz, respaldado por los EEUU, estalló en 1910. ¿Y en 2010?

Sea como fuere, los problemas y los conflictos mexicanos no se quedarán convenientemente encapsulados al otro lado de Río Grande. Constrúyase un muro de diez pies de alto, que la gente desesperada encontrará escaleras de doce pies. El libre comercio, huelga decirlo, seguirá floreciendo; la secretaria de Estado de Seguridad, Janet Napolitano, estima que los cárteles mexicanos de la droga están ahora mismo operando en 230 ciudades norteamericanas.

Así, gracias a la gente que nos trajo el desastre de las hipotecas subprime, de la congelación del crédito y de la Gran Recesión, la próxima Revolución mexicana podría estar más cerca de lo que ustedes piensan.

* Jeff Faux fue el fundador y es ahora miembro destacado del Economic Policy Institute. Su último libro es: The Global Class War [La guerra de clases global] (Nueva York, Wiley, 2007).
Publicado el 19 de julio de 2009 en www.sinpermiso.info, traducción de Ricardo Timón.

Keynes, ¿un hombre actual?

Walden Bello*

Una de las consecuencias más significativas del colapso de la economía neoliberal, con su culto al mercado autorregulador, ha sido el resurgimiento del gran economista inglés John Maynard Keynes.

No son solamente sus escritos lo que hace a Keynes muy actual. Es, además, el espíritu que los impregna, que evoca la pérdida de fe en lo viejo y el anhelo de algo que todavía está por nacer. Aparte de su clarividencia, sus reflexiones sobre la condición de Europa después de la Primera Guerra Mundial resuenan con nuestra mezcla habitual de desilusión y esperanza:

Inmersos en nuestra actual confusión de objetivos ¿queda algo de lucidez pública para preservar la equilibrada y compleja organización gracias a la que vivimos? El comunismo está desacreditado por los acontecimientos; el socialismo, en su anticuada interpretación, ya no interesa al mundo; el capitalismo ha perdido su confianza en sí mismo. A menos que los seres humanos se unan para un objetivo común o se muevan por principios objetivos, cada mano irá por su lado, y la búsqueda no regulada de los intereses individuales puede rápidamente destruir el conjunto.

El gobierno del mercado

El gobierno debe intervenir para remediar los fallos del mercado. Ésta es naturalmente la gran lección de Keynes, derivada de su forcejeo con el problema de cómo sacar al mundo de la Gran Depresión de 1930. Keynes argumentaba que el mercado por sí solo lograría el equilibrio entre oferta y demanda muy por debajo del pleno empleo y podría permanecer allí indefinidamente. Para impulsar la economía hacia un proceso dinámico que lleve al pleno empleo, el gobierno tiene que actuar como un deus ex machina, invirtiendo masivamente para crear la demanda efectiva que reanude y sostenga la maquinaria de la acumulación de capital.

Como medidas preferentes para evitar una depresión, el paquete de estímulos de 787 mil millones de dólares del presidente Barack Obama, así como los estímulos públicos ofrecidos en Europa y China son clásicamente keynesianos. La medida del triunfo de Keynes, después de casi 30 años en la oscuridad, se puede ver en el impacto punto menos que marginal del discurso público de gentes como el republicano Russ Limbaugh, el Instituto Cato y otras especies de dinosaurios neoliberales, con sus jeremiadas sobre la gran deuda que se pasa a las generaciones futuras.

Sin embargo, el resurgimiento de Keynes no es solamente una cuestión política. El presupuesto teórico del individuo que maximiza racionalmente sus intereses ha sido desplazado del centro del análisis económico por dos ideas. Una de ellas, que centra el pensamiento actual, es la penetración de la incertidumbre en la toma de decisiones, una incertidumbre con la que tratan de lidiar los inversionistas asumiendo –de forma harto implausible– que el futuro será como el presente e ideando técnicas para predecir y gestionar el futuro basándose en ese supuesto. La idea keynesiana al respecto es que la economía no se rige por cálculos racionales, sino que los agentes económicos están regidos por espíritus animales, es decir, movidos por su necesidad espontánea de actuar.

Entre esos espíritus animales, la confianza es crucial, y la presencia o ausencia de la misma está en el centro de la acción colectiva que dirige las expansiones y contracciones económicas. Lo que predomina no es el cálculo racional, sino los factores de conducta y psicológicos. Desde este punto de vista, la economía es como un maniaco depresivo llevado de un extremo a otro por los desequilibrios químicos, con la intervención y la regulación gubernamental jugando un papel semejante al de los estabilizadores farmacológicos del humor. La inversión no es un asunto de cálculo racional, sino un proceso maniaco que Keynes describe como “un juego de sillas musical, como un juego de descarte de naipes en el que se trata de librarse de la sota –la deuda tóxica– y pasarla a tu vecino antes de que la música se pare”. “Aquí, señala el biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, reside la anatomía reconocible de la ‘exuberancia irracional’ seguida de pánico que ha presidido la crisis actual”.

Los inversores desbocados y los sumisos reguladores no son los únicos protagonistas de la tragedia reciente. La hybris de los economistas neoliberales también jugó su parte. Y Keynes tuvo al respecto intuiciones muy relevantes para nuestro tiempo. Consideró a la teoría económica como una de estas bonitas y cómodas técnicas que intentan tratar el presente haciendo abstracción del hecho de que conocemos muy poco del futuro. Como señala Skidelsky, fue verdaderamente famoso por su escepticismo respecto de la econometría, y para él, los números eran simples indicaciones, estimulantes para la imaginación, antes que expresiones de certidumbre o de probabilidades de acontecimientos pasados y futuros.

Con su modelo de homo economicus racional hecho añicos y una econometría que ha perdido crédito a ojos vista, los economistas contemporáneos harían bien en prestar atención al consejo de Keynes, de acuerdo con el cual sería espléndido que los economistas fueran capaces de considerarse a sí mismos como gente humilde y competente, al mismo nivel que los dentistas. Sin embargo, aun si muchos dan la bienvenida a la resurrección de Keynes, otros dudan de su relevancia respecto del periodo actual. Y estas dudas no se limitan a los reaccionarios.

Limitaciones del keynesianismo

Entre otras cosas, el keynesianismo es principalmente un instrumento para reavivar las economías nacionales, y la globalización ha complicado enormemente este problema. En las décadas de 1930 y 1940 reavivar la capacidad industrial en economías capitalistas relativamente integradas era cosa que tenía que ver sobre todo con el mercado interior. Actualmente, con tantas industrias y servicios transferidos o deslocalizados hacia zonas de bajos salarios, los programas de estímulo de tipo keynesiano que ponen dinero en manos de los consumidores para que los gasten en bienes tienen un impacto mucho menor como mecanismos de recuperación sostenible. Puede que las corporaciones trasnacionales y las ubicadas en China obtengan beneficios, pero el efecto multiplicador en economías desindustrializadas como Estados Unidos y Gran Bretaña puede ser muy limitado.

En segundo lugar, el mayor lastre de la economía mundial es el hiato abismal –en términos de distribución de renta, penetración de la pobreza y nivel de desarrollo económico– entre Norte y Sur. Un programa keynesiano globalizado de estímulo del gasto, financiado con ayuda y préstamos del Norte es una respuesta muy limitada a este problema. El gasto keynesiano puede evitar el colapso económico e incluso inducir algún crecimiento. Pero el crecimiento sostenido exige una reforma estructural radical: el tipo de reforma que implica una desestructuración fundamental de las relaciones económicas entre las economías capitalistas centrales y la periferia global. Ni que decir tiene: el destino de la periferia –las colonias, en tiempos de Keynes– no despertaba demasiado interés en su pensamiento.

Tercero, el modelo de Keynes de capitalismo gestionado simplemente pospone, más bien que ofrece, una solución a una de las contradicciones centrales del capitalismo. La causa subyacente de la crisis económica actual es la sobreproducción, en que la capacidad productiva sobrepasa el crecimiento de la demanda efectiva y presiona a la baja los salarios. El Estado capitalista activo inspirado en Keynes y surgido en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial pareció durante un tiempo superar las crisis de la sobreproducción con su régimen de salarios relativamente altos y su gestión tecnocrática de las relaciones capital-trabajo. Sin embargo, con la adición masiva de nueva capacidad por parte de Japón, Alemania y los nuevos países en vías de industrialización en las décadas de los 60 y los 70, su capacidad para hacerlo empezó a fallar. La estanflación resultante –la coincidencia de estancamiento e inflación– se extendió por el mundo industrializado a finales de la década de los 70.

El consenso keynesiano se desmoronó cuando el capitalismo intentó reanimar su rentabilidad y superar la crisis de sobreacumulación rompiendo el compromiso capital-trabajo con la liberalización, la desregulación, la globalización y la financiarización. Esas políticas neoliberales –así hay que entenderlo– constituyeron una vía de escape a los problemas de sobreproducción que estaban en la base del Estado de bienestar. Como sabemos ahora, no lograron regresar a los años dorados del capitalismo de la posguerra. En cambio, trajeron consigo el colapso económico actual. Sin embargo, es harto improbable que un retorno al keynesianismo pre-1980 vaya a ser la solución de las persistentes crisis de sobreproducción del capitalismo.

La Gran Laguna

Tal vez el mayor obstáculo para un resurgimiento del keynesianismo sea su prescripción clave de revitalizar el capitalismo con la aceleración del consumo y la demanda global en un contexto de crisis climática como el presente. Mientras que el primer Keynes tenía un aspecto maltusiano, sus trabajos posteriores apenas se refieren a lo que actualmente se ha convertido en relación problemática entre el capitalismo y el medio ambiente. El desafío de la economía en el momento actual es aumentar el consumo de los pobres del planeta con un el menor impacto posible sobre medio ambiente, tratando al mismo tiempo de reducir drásticamente el consumo ecológicamente dañino –sobreconsumo– en el Norte. Toda la retórica sobre la necesidad de reemplazar al consumidor estadunidense en bancarrota por un campesino chino inducido a un estilo estadunidense de consumo como motor de la demanda global es tan necia como irresponsable.

Dado que el impulso primordial del beneficio como objetivo es transformar la naturaleza viva en mercancías muertas, hay pocas probabilidades de reconciliar la ecología con la economía –incluso bajo el capitalismo tecnocrático gestionado por el Estado que preconizaba Keynes.

¿Volvemos a ser todos keynesianos?

En otras palabras, el keynesianismo proporciona algunas respuestas a la situación actual, pero no proporciona la clave para superarla. El capitalismo global ha enfermado debido a sus contradicciones inherentes, pero lo que se precisa no es una segunda ronda de keynesianismo. La profunda crisis internacional exige severos controles de la libertad de movimiento de los capitales, regulaciones estrictas de los mercados, tanto financieros como de mercancías, y un gasto público ciclópeo. Sin embargo, las necesidades de la época van más allá de estas medidas keynesianas: se necesita una redistribución masiva de la renta, atacar sin treguas ni compases de espera, directamente, el problema de la pobreza, una transformación radical de las relaciones de clase, la desglobalización y, acaso, la superación del capitalismo mismo, si hay que atender a las amenazas de cataclismo medioambiental.

Todos volvemos a ser keynesianos –parafraseando, ligeramente modificada, la famosa frase de Richard Nixon– es el tema que une a Barack Obama, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, George Soros, Gordon Brown y Nicholas Sarkozy, por muchas diferencias que pueda haber entre ellos en la puesta en obra de las prescripciones del maestro. Pero un resurgimiento acrítico de Keynes podría terminar no siendo más que la enésima confirmación de la celebérrima sentencia de Marx, según la cual la historia se repite dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa. Para resolver nuestros problemas presentes no precisamos sólo de Keynes. Necesitamos nuestro propio Keynes.

*Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.

Publicado el 26 de julio de 2009 en La Jornada. Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga

5 de julio de 2009

El remedio para los despidos: corran al jefe

En 2004 hicimos un documental llamado La Toma (thetake.org), acerca de las empresas manejadas por los trabajadores. Después del dramático colapso económico del país en 2001, miles de trabajadores se metieron a sus fábricas cerradas y las pusieron a producir de nuevo y formaron cooperativas. Abandonados por los jefes y los políticos, ellos mismos recobraron los salarios caídos y las indemnizaciones, a la vez que recuperaron sus puestos de trabajo. Mientras estábamos de gira con la película, por Europa y América del Norte, había una pregunta que surgía una y otra vez: Eso está muy bien para Argentina, pero ¿alguna vez podría pasar aquí?

Bien, con la economía mundial asemejándose tanto a la de Argentina en 2001 (y a causa de muchas de las mismas razones) hay una nueva ola de acción directa, esta vez entre los trabajadores de los países ricos. De nuevo emergen las cooperativas como práctica alternativa ante más despidos. Los trabajadores en Estados Unidos y Europa comienzan a preguntar las mismas cosas que sus contrapartes latinoamericanas: ¿por qué nos tienen que despedir? ¿Por qué no podemos correr al jefe? ¿Por qué se le permite al banco hundir a nuestra compañía mientras obtiene miles de millones de dólares de nuestro dinero?

El 15 de mayo, en Cooper Union (una prestigiosa universidad estadunidense. N de la T), en Nueva York, participamos en un panel llamado Corran al jefe: de Buenos Aires a Chicago, la solución con base a que el trabajador tome el control. Participaron personas del movimiento en Argentina, así como trabajadores de la lucha de la fábrica Republic Windows and Doors, en Chicago.

Fue una gran manera de escuchar en forma directa a aquellos que intentan reconstruir la economía de abajo hacia arriba y que necesitan un significativo apoyo del público, así como de quienes arman las políticas públicas en todos los niveles gubernamentales. Para aquellos que no pudieron llegar, a continuación un rápido resumen de los recientes acontecimientos en el mundo del control obrero:

Argentina:

En Argentina –fuente e inspiración directa de muchas de las actuales acciones laborales– ha habido más tomas en los pasados cuatro meses que en los previos cuatro años. Un ejemplo: en enero, Arrufat, fábrica de chocolate con 70 años de existencia, fue repentinamente abandonada por sus dueños. Treinta empleados ocuparon la planta y a pesar de la enorme deuda en energía eléctrica que dejaron los antiguos propietarios producen chocolates a la luz del día usando generadores. Con un préstamo de menos de 5 mil dólares de The Working World (El Mundo Trabajador, theworkingworld.org), ONG que provee de fondos, iniciada por una simpatizante de La Toma, pudieron producir más de 10 mil huevos de pascua, su fin de semana más importante del año. Tuvieron una ganancia de 75 mil dólares, se llevaron a casa mil dólares cada uno y el resto lo ahorraron para futuras producciones.

Gran Bretaña:

Visteon es una empresa productora de autopartes, que se independizó de Ford en 2000. En una de las plantas, a cientos de trabajadores les dieron el aviso seis minutos antes de que su lugar de trabajo cerrara. En Belfast, 200 trabajadores realizaron un plantón en la azotea de su fábrica y al día siguiente otros 200 en Enfield hicieron lo mismo.

Durante las semanas siguientes Visteon incrementó su paquete de indemnización hasta 10 veces más que su oferta inicial, pero la compañía rehúsa depositar el dinero en las cuentas bancarias de los trabajadores hasta que abandonen las plantas, y los trabajadores se niegan a abandonarlas hasta que vean el dinero.

Irlanda:


A comienzos del año, una fábrica en la que trabajadores hacen el legendario Waterford Crystal (cristalería) fue ocupada durante siete semanas, cuando una empresa estadunidense tomó el control de la compañía matriz Waterford Wedgwood para entrar en un receivership (un tipo de bancarrota empresarial, en el cual se asigna a una empresa para que controle la compañía. N de la T).

Ahora la compañía estadunidense puso 10 millones de euros en un fondo de indemnización y las negociaciones están en curso para mantener algunos de los puestos laborales.

Canadá:

Mientras las tres grandes compañías automotrices se colapsan, Canadian Auto Workers (un poderoso sindicato, N de la T) ha ocupado al menos cuatro plantas de autopartes y las oficinas de cuatro legisladores provinciales.

En cada caso, las fábricas estaban cerrando y los trabajadores no recibían la compensación que se les debía. Ocuparon las plantas para que no se llevaran las máquinas y así obligar a las compañías a regresar a la mesa de negociaciones; justo la misma dinámica de las tomas de los obreros en Argentina.

Francia:

En Francia, este año hay una nueva ola de secuestros de jefes, en los cuales los enfurecidos empleados detienen a sus jefes en las plantas que enfrentan juicio hipotecario. Hasta ahora las compañías que han sido blanco de esto incluyen a Caterpillar, 3M, Sony y Hewlett Packard.

Al ejecutivo de 3M lo llevaron a comer moules et frites (mejillones y papas fritas) durante su calvario de una noche. En Francia, esta primavera se proyectó una exitosa comedia llamada Louise-Michel, película en la cual un grupo de trabajadoras contrata a un sicario para matar a su jefe luego de que cierra la fábrica sin aviso previo.

En marzo, un representante sindical francés dijo: aquellos que siembran miseria cosechan furia. La violencia la realizan aquellos que reducen los puestos laborales, no aquellos que intentan defenderlos.

Y el mes pasado mil obreros siderúrgicos franceses y belgas irrumpieron en la asamblea anual de los accionistas de ArcelorMittal, la mayor compañía de acero del mundo. Irrumpieron en la sede central de la compañía en Luxemburgo, destrozaron las puertas, rompieron las ventanas y pelearon contra la policía.

Polonia:


También el mes pasado, en el sur de Polonia, en el mayor productor de coque en Europa, miles de obreros tapiaron la entrada a las oficinas centrales de la compañía, en protesta contra las reducciones salariales.

Estados Unidos:


En Chicago, en diciembre pasado 260 trabajadores de la fábrica Republic Windows and Doors ocuparon su planta en lo que fueron seis días determinantes. Con la ayuda de una inteligente campaña contra el mayor acreedor de la compañía, Bank of America (¡A ti te rescataron, a nosotros nos traicionaron!) y una masiva solidaridad internacional ganaron la indemnización que se les debía. La planta está en proceso de volver a abrir con nuevos dueños, haciendo ventanas energéticamente eficientes. Recontrataron a todos los trabajadores con los salarios que tenían.

En Chicago comienza a marcarse una pauta. Hartmarx, que también tiene su sede en esa ciudad, es una compañía con 122 años que hace trajes, incluyendo el azul marino que Barack Obama usó en la noche de las elecciones y su esmoquin y abrigo de la toma de posesión. Hartmarx está en bancarrota. Su mayor acreedor es Wells Fargo, que recibió un rescate de 25 mil millones de dólares de los contribuyentes. Hay dos ofertas para comprar la compañía y mantenerla operando, pero Wells Fargo la quiere liquidar. Y 650 trabajadores votaron en favor de ocupar su fábrica en Chicago, si el banco toma pasos para liquidarla.

Barack Obama ganó la elección prometiendo una recuperación de abajo hacia arriba en vez de arriba hacia abajo. Una prueba de esa promesa será dónde comprará su próximo traje.

© 2009 Naomi Klein.
Escrito por Naomi Klein y Avi Lewis, publicado el 5 de julio de 2009 en La Jornada.
http://naomiklein.org
Traducción: Tania Molina

3 de julio de 2009

Honduras tras el golpe



Un abrazo a la gente querida de Honduras.
Tomado de emol

El lado... de la vida



En las calles de Santiago, Chile.
Tomado de ffffound