Cuando el destino nos alcance
Konrad Lorenz, Premio Nobel de Fisiología y Medicina, fue el fundador de la Etología, que es la ciencia que se aplica al análisis del comportamiento de los hombres y los animales.
Lorenz renovó el estudio de la sicología del comportamiento, introduciendo la observación directa de la naturaleza. A diferencia de Freud, cuyos análisis de la conducta estaban inmersos en diversos estados de ansiedad, eligió estudiar el mundo salvaje de los animales. Para Lorenz, lo designado como odio, rabia, respeto, propiedad, etcétera, se traducía en agresividad, jerarquía, territorialidad, que él consideraba conductas innatas.
Estas conductas, llamadas instintivas, son independientes de la educación, las influencias sociales, la experiencia, etcétera, o sea, son independientes de influencias adquiridas por la interacción con el exterior. Esta posición científica dio lugar a los llamados reflexólogos, quienes mostraron que varios movimientos son independientes de influencias externas, ya que son respuestas producidas internamente por el sistema nervioso central, y esto, según ellos, genera las llamadas conductas apetitivas necesarias para las expresiones instintivas.
Irenäus Eibl-Eibesfeldt fue quizás uno de los discípulos más distinguidos de Lorenz y el que estableció la disciplina de la Etología Humana. Este etólogo, también austriaco, demostró que entre los niños ciegos y sordos había los mismos movimientos reflexos y mímicas expresivas de cólera, alegría, tristeza, desaprobación, que en los niños sin discapacidades.
En 1961, Eibl-Eibesfeldt, en un magnífico artículo, señaló que los animales de la misma especie, cuando tienen confrontaciones agresivas, protegen a su especie mediante señales de derrota que sólo son reconocidas por ellos y no terminan una pelea matando a su contrincante. Lo esencial es la protección de la especie y representa una conducta instintiva. Si bien es posible que haya excepciones a esta regla, la primera de ellas, desde luego, es el hombre. El ser humano tiene esta característica de no respetar a su propia especie y el nivel de agresión hacia sus similares es altamente frecuente.
Según Eibl-Eibesfeldt, si se suprimiera la agresividad que él considera una fuerza motriz importantísima del desarrollo cultural, esto implicaría la desaparición del espíritu de iniciativa y significaría robar a la especie su gusto por la lucha y su voluntad de vivir.
Para contrariar a Freud, quien pensaba que el sexo era la principal preocupación de la especie humana, en la historia de la humanidad pocos hombres han muerto por amor, pero millones lo han hecho por defender a su patria.
Si bien es cierto que estos conceptos puedan regir a las sociedades en general, hay algunas características del ser humano que son enormemente desdeñables, y entre ellas está la arrogancia y el desprecio que manifiesta una agresividad mal orientada y característica, muy frecuente de los burócratas mexicanos.
En descargo, podría señalar que quizás sea característico de los burócratas en general, pero como no he tenido muchas experiencias con ellos fuera de México, me tendré que referir a los de aquí, de nuestro país. Me pregunto, ¿por qué un servidor público requiere mostrar la peor faceta de su personalidad para enfrentarse al público en general? La gran mayoría de los funcionarios públicos, chicos, medianos o grandes, se suben a un ladrillo de 15 milímetros y se marean y se sienten como si servir o atender a un ciudadano común y corriente no estuviera a su altura, y, desde luego, si el ciudadano es pobre y desamparado, pues su presencia para solicitar o exigir sus derechos se considera totalmente fuera de lugar. No sea, sin embargo, un influyente papanatas, entonces la arrogancia se transforma en servilismo asqueroso.
Lorenz decía que todos los animales atacan a aquellos que perciben como diferentes. Será que un servidor público ve a un desamparado, a un pobre, a un angustiado, como diferente y lo arremete, mientras a un influyente lo ve como igual y le sirve. ¿Qué no todos somos ciudadanos y nos merecemos el mismo respeto? ¿Será que nos vemos intimidados por la pobreza, la falta de recursos, la ignorancia, la humildad de unos, pero nos sentimos dominados por el poder, el buen ver y la riqueza de otros, a tal grado de que despreciamos a los primeros y nos hincamos frente a los segundos?
En un país como el nuestro, donde las condiciones particulares de los pasados 20 años han generado cada vez más pobres, es lacerante y lastimoso ver cómo a los millones que están en condiciones inaceptables para una sociedad, a los más desamparados, se les trata con desprecio por una clase política de inmensa mediocridad y una clase de burócratas que no entiende que el cerebro despertará y el cuerpo terminará por ya no aguantar un destino no merecido. Y, como en aquella película, Cuando el destino nos alcance, esperaría un giro de actitudes que impida un destino no deseado y menos aún merecido por millones de mexicanos.
Artículo escrito por René Drucker Colín, publicado el 7 de abril de 2009 en La Jornada.