22 de junio de 2008

Los Chicago Boys de Obama

Artículo escrito por Naomi Klein y publicado el 21 de junio de 2008 en La Jornada

Barack Obama se esperó sólo tres días después de que Hillary Clinton se salió de la carrera demócrata para declarar a CNBC: “Mira, estoy en favor del crecimiento, soy un tipo en favor del libre mercado. Amo el mercado”.

Para demostrar que ésta no es una simple aventura de primavera, nombró a Jason Furman, de 37 años, encargado de su equipo de política económica. Furman es uno de los más destacados defensores de Wal-Mart, compañía a la que describe como “una historia progresista de éxito”. Durante la campaña, Obama arremetió contra Clinton por formar parte de la junta directiva de Wal-Mart y se comprometió: “No compraré ahí”. Sin embargo, para Furman, la verdadera amenaza son los críticos de Wal-Mart: los “esfuerzos por lograr que Wal-Mart incremente sus salarios y beneficios” crean un “daño colateral”, el cual es “demasiado grande y perjudicial a la gente trabajadora y a la economía en general como para que me quede aquí sentado cantando Kum-Ba-Ya* en aras de los intereses de una armonía progresista”.

El amor de Obama por los mercados y su deseo de “cambio” no son intrínsecamente incompatibles. “El mercado está desequilibrado”, dice, y seguro que lo está. Muchos rastrean el origen de este profundo desequilibrio hasta las ideas de Milton Friedman, quien lanzó una contrarrevolución al New Deal desde su percha en el departamento de economía de la Universidad de Chicago. Y aquí encontramos más problemas, porque Obama –quien dio clases de derecho en la Universidad de Chicago durante una década– está complemente incrustado en el pensamiento conocido como la Escuela de Chicago.

Eligió como su principal consejero económico a Austan Goolsbee, un economista de la Universidad de Chicago que está del lado izquierdo de un espectro que termina en la centroderecha. Goolsbee, a diferencia de sus colegas más friedmanianos, concibe la desigualdad como un problema. Su solución principal, sin embargo, es más educación –algo en lo que Alan Greenspan podría coincidir. En su ciudad natal, Goolsbee ha estado ansioso por vincular a Obama a la Escuela de Chicago. “Mira su plataforma, sus consejeros, su temperamento, el tipo tiene un sano respeto por los mercados”, le dijo a la revista Chicago. “Está en el ethos de la (Universidad de Chicago), lo cual es diferente a decir que es laissez-faire”.

Otro fan de Chicago, cercano a Obama, es el multimillonario Kenneth Griffin, de 39 años, jefe ejecutivo del fondo de cobertura Citadel Investment Group. Griffin, quien le dio la mayor donación permitida a Obama, es algo así como un icono de una economía desequilibrada. Se casó en Versalles y la fiesta posterior fue en el sitio en el que vacacionaba Marie Antoinette (hubo presentación del Cirque du Soleil), y él es un acérrimo oponente a cerrar la laguna fiscal de los fondos de cobertura. Mientras Obama habla acerca de endurecer las reglas comerciales con China, Griffin ha hecho caso omiso de las pocas barreras que existen. A pesar de las sanciones que prohíben la venta de equipo policiaco a China, Citadel ha invertido en controvertidas compañías de seguridad establecidas en China, que ponen a la población local bajo niveles sin precedente de vigilancia.

Ahora es el momento para preocuparnos de los Chicago Boys de Obama y su empeño en rechazar cualquier intento serio por regular. En el lapso de dos meses y medio, entre su victoria electoral en 1992 y su toma de posesión, Bill Clinton dio una vuelta en U en lo que se refiere a la economía. Había hecho campaña prometiendo revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), añadir provisiones laborales y medio ambientales e invertir en programas sociales. Pero dos semanas antes de tomar posesión, se reunió con el entonces jefe de Goldman Sachs, Robert Rubin, quien lo convenció de la urgencia de adoptar una política de austeridad y más liberalización. Rubin le dijo a PBS: “Antes de entrar a la Oficina Oval, durante la transición, el presidente Clinton decidió realizar un cambio drástico en política económica”.

Furman, un destacado discípulo de Rubin, fue elegido para encabezar el Hamilton Project del Brookings Institution, un centro de investigación que Rubin ayudó a fundar para proveer argumentos en favor de reformar, en vez de abandonar, la agenda del libre comercio. A eso añádale la reunión de Goolsbee, llevada a cabo en febrero, con funcionarios de los consulados canadienses, que se fueron con la clara impresión de que los habían instruido a no tomar en serio la campaña contra el TLCAN de Obama, y hay muchas razones para preocuparnos de una repetición de 1993.

La ironía es que no hay razón alguna para este retroceso. El movimiento lanzado por Friedman, introducido por Ronald Reagan y afianzado por Clinton, enfrenta una profunda crisis de legitimidad en el mundo. En ningún lugar es más evidente que en la misma Universidad de Chicago. A mediados de mayo, cuando Robert Zimmer, presidente de la universidad, anunció la creación del Intituto Milton Friedman, con un fondo de 200 millones de dólares, un centro de investigación económica dedicado a continuar y hacer crecer el legado de Friedman, surgió una controversia. Más de 100 miembros de la facultad firmaron una carta de protesta. “Los efectos del orden global neoliberal, establecido en las últimas décadas y fuertemente apoyado por la Escuela de Economía de Chicago, de ninguna manera han sido inequívocamente positivos”, declara la carta. “Muchos argumentarían que han sido negativos para la mayoría de la población mundial”.

Cuando Friedman murió en 2006, tales atrevidas críticas a su legado estaban en buena medida ausentes. Los monumentos conmemorativos hablaban sólo de grandes logros, una de las más destacadas evaluaciones apareció en The New York Times, escrita por Austan Goolsbee. Sin embargo ahora, dos años después, el nombre de Friedman se percibe como una desventaja hasta en su alma mater. Así que, ¿por qué eligió Obama este momento para ser un Chicago-retro, cuando todas las ilusiones de un consenso se desvanecieron?

No todas las noticias son malas. Furman asegura que va a recurrir a las habilidades de dos economistas keynesianos: Jared Bernstein, del Economic Policy Institute, y James Galbraith, hijo del nemesis de Friedman, John Kenneth Galbraith. Nuestra “actual crisis económica”, dijo Obama recientemente, no salió de la nada. Es “consecuencia lógica de una cansada y equivocada filosofía que ha dominado a Washington durante demasiado tiempo”.

Cierto. Pero antes de que Obama pueda purgar a Washington del azote del friedmanismo, tiene que limpiar ideológicamente su propia casa.

* Un famoso spiritual

© Naomi Klein 2008. El texto fue publicado en The Nation

Naomi Klein es autora de The shock doctrine. www.naomiklein.org

Traducción: Tania Molina Ramírez

10 de junio de 2008

México ocupa ya el segundo lugar mundial en obesidad

Artículo escrito por Matilde Pérez Uribe y publicado en La Jornada el día 10 de junio de 2008

En México, la obesidad es considerada “un foco rojo” por el sector salud, ya que el país ocupa el segundo lugar en el mundo en este padecimiento después de Estados Unidos.

En la actualidad, 69 por ciento de los mexicanos padece sobrepeso y 30 por ciento obesidad, debido a la falta de una cultura alimentaria.

De acuerdo con una muestra poblacional tomada para la Encuesta nacional de enfermedades crónicas que se llevó a cabo en el año 2000, 19.8 millones tienen sobrepeso y 12.1 millones presentan obesidad; sin embargo, sólo 20 por ciento acuden al médico para poder bajar de peso y el resto recurren a las llamadas dietas milagro, afirmó la sicóloga Dunia de Martini, del hospital de siquiatría doctor Héctor Tovar Acosta, del IMSS.

Durante la conferencia Sicología, Mitos y Realidades de la Obesidad, realizada en el Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional, De Martini asentó que en esta enfermedad –que incluye trastornos como bulimia, anorexia, potomanía y vivorexia– se han descuidado los aspectos sicológicos y sociales de los pacientes, quienes se enfrentan a una sociedad obesofóbica.

“La persona obesa es juzgada físicamente menos atractiva, carente de voluntad y conducta, con una imagen corporal negativa; es tímida y siente vergüenza, por lo que tiende a mantenerse aislada y por eso en ella es frecuente la depresión”, detalló. Agregó que una encuesta reveló que los niños obesos son considerados por sus compañeros como “estúpidos, feos, tramposos y mentirosos, y como estudiantes son menos reconocidos”.

En el país, uno de cada tres adolescentes tiene sobrepeso; 26 por ciento de los niños entre 5 y 11 años padecen obesidad, índice que en nueve años aumentó ocho puntos porcentuales; 42.7 por ciento de la población entre 45 y 49 años se encuentra con sobrepeso, en tanto que la mayoría de la población con sobrepeso y obesa se localiza, según los estudios de salud, en los estados del norte, en Yucatán y Campeche.

Crecimiento alarmante

En tanto, Nora I. Rodríguez Bravo, jefa de nutrición y dietética del Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional, dijo que es alarmante el ascenso de la población con sobrepeso debido a los malos hábitos de alimentación.

“La gente debe empezar a cuidar su salud, ya que no se trata sólo de un asunto de estética; incluso, en la Cámara de Diputados hay una propuesta de educación nutricional que, de aprobarse, ayudará a la población a mejorar” su forma de alimentarse..

Pero también hizo un llamado a los medios de información, particularmente a los electrónicos, para que los programas donde se ofrece orientación en torno a la alimentación se transmitan en horarios de mayor audiencia, ya que los estudios realizados por especialistas del IMSS revelan que la gente se refugia en la comida para evadir problemas económicos, morales, de pareja y laborales.

Puntualizó que la obesidad es una enfermedad multifactorial que no se debe atender con “tratamientos milagrosos” a base de productos naturales, los llamados light, fibras, laxantes y diversos elementos de mercadotecnia que sólo confunden y deprimen a las personas, además de que agravan su salud.

4 de junio de 2008

El plátano, parábola de nuestro tiempo

Artículo escrito por Johan Hari* y publicado en La Jornada el 3 de junio de 2008
Debajo de los encabezados que hablan de carestía de alimentos y gobiernos tambaleantes, existe un hecho casi inadvertido: los plátanos mueren. Este alimento, más consumido incluso que el arroz o las papas, tiene su propia forma de cáncer. Se trata de un hongo conocido como enfermedad de Panamá, que da a la fruta un color rojo ladrillo y la vuelve incomible.

No hay cura. Todos los frutos perecen conforme se propaga, lo cual ocurre de prisa. Pronto –entre 10 y 30 años– la fruta amarilla y cremosa que conocemos no será más.

La historia del ascenso y caída de este alimento puede verse como una extraña parábola sobre las corporaciones que cada vez dominan más al mundo y adónde nos están llevando.

El plátano parece un espléndido producto de la naturaleza, pero eso es una dulce ilusión. En su forma actual, su creación fue bastante deliberada. Hasta hace 150 años existía gran variedad de plátanos en las selvas del mundo, los cuales se consumían siempre en las zonas cercanas. Algunos eran dulces; otros, amargos. Los había verdes, morados o amarillos.

Un consorcio llamado United Fruit sacó de la selva un tipo en particular –conocido como Gros Michael– y decidió producirlo en masa en enormes plantaciones, y distribuirlo por el mundo en barcos frigoríficos. El plátano se estandarizó en un modelo amigable: amarillo, cremoso y cómodo de llevar en la lonchera.

Hubo allí una chispa de genio empresarial, pero United Fruit ideó un cruel modelo de negocio para llevarlo a cabo. Como explica el escritor Dan Koeppel en su brillante historia Banana: the fate of the fruit that changed the world (Plátano: el destino de la fruta que cambió al mundo) funcionó así: encuentra un país débil. Asegúrate de que el gobierno sirva a tus intereses. Si no lo hace, derrócalo y remplázalo por uno que sí. Quema sus selvas y construye plantaciones de plátano. Haz que los nativos dependan de ti. Aplasta cualquier brote de sindicalismo. Y luego, ¡lástima!, hay que ver morir los plantíos de plátano por una enfermedad que se disgrega por el mundo. Si eso ocurre, arrójales toneladas de químicos, a ver si sirve de algo. Si no, pásate al país de al lado y vuelve a comenzar.

Parece una exageración hasta que uno estudia lo que pasó. En 1911 el magnate platanero Samuel Zemuray decidió convertir a Honduras en su plantación privada. Reunió algunos gángsteres internacionales, como Guy Ametralladora Maloney; montó un ejército privado e invadió la nación, instalando a un amigo de presidente.

El término “república bananera” se inventó para describir las dictaduras serviles que se crearon para favorecer a las empresas del plátano. A principios de la década de 1950, el pueblo guatemalteco eligió a un profesor de ciencia llamado Jacobo Arbenz, porque prometió redistribuir parte de los fincas bananeras entre los millones de campesinos sin tierra.

El presidente estadunidense Eisenhower y la CIA (encabezada por un ex empleado de United Fruit) giraron instrucciones de matar a esos “comunistas”, haciendo notar que “martillo, hacha, pinzas, desarmador, atizador de fuego o cuchillo de cocina” eran buenos métodos para ese fin. Luego la tiranía con la que los remplazaron asesinó a más de 200 mil personas.

Pero, ¿en qué forma se relaciona esto con la enfermedad que hoy diezma los platanares del mundo? Las pruebas indican que, aun cuando vendan algo tan inocuo como los plátanos, las corporaciones se estructuran para hacer una sola cosa: maximizar las ganancias de sus accionistas. Si no hay normas que las contengan, harán lo que sea por maximizar las ganancias a corto plazo, lo cual conducirá a conductas como destruir el medio ambiente que explotan.

No mucho después que la enfermedad de Panamá comenzó a matar plátanos, a principios del siglo XX, científicos de United Fruit advirtieron al consorcio que cometía dos errores. Uno era construir un gigantesco monocultivo: si todos los plátanos eran de la misma especie, una enfermedad que entrara en la cadena en cualquier lugar del planeta se propagaría con rapidez. ¿La solución? Diversificar las variedades que se producían.

Las normas de cuarentena de la empresa también eran una calamidad. Hasta las personas encargadas de prevenir la infección entraban en plantíos sanos con suelo infectado adherido a sus botas. Pero las soluciones a los dos problemas costaban dinero, y United Fruit no quería pagar. Optó por maximizar ganancias hoy, suponiendo que podría abandonar el negocio del plátano si las cosas salían mal.

Así pues, para la década de 1960 el Gros Michel, que United Fruit había empacado como el único plátano auténtico, estaba muerto. La compañía buscó un remplazo inmune al hongo y al fin dio con el Cavendish**. Era más pequeño, menos cremoso y muy fácil de magullar, pero no había de otra.

Pero, como en una secuela de película de horror, el asesino volvió. En la década de 1980, el Cavendish enfermó también. Ahora está muriendo; su inmunidad era un mito. En muchas partes de África la cosecha ha caído 60 por ciento. Existe consenso entre los científicos de que el hongo acabará infectando todos los plátanos de esa variedad en el mundo. Tal vez habría alguna especie que pueda adaptarse como Plátano 3.0, pero son tan diferentes que parecen una fruta del todo diferente y mucho menos apetitosa. El contendiente más probable es el Goldfinger, que es más rígido y agrio: se le conoce como “la banana ácida”.

Gracias a la mala conducta corporativa y a los límites físicos, parece que estamos en un callejón sin salida. La única esperanza parecería ser un plátano genéticamente modificado para resistir la enfermedad de Panamá. Pero es una posibilidad remota, y encontraría mucha resistencia: ¿a quién le gustaría un banana split hecho con un plátano que contuviera genes de pescado?

¿Hay una parábola de nuestro tiempo en este licuado de plátano, sangre y hongos? Durante cien años, un puñado de corporaciones recibieron una fruta espléndida y se les permitió hacer lo que quisieran con ella. ¿Qué ocurrió? Para exprimirle hasta la última gota de ganancia, destruyeron democracias, quemaron selvas y acabaron matando la fruta misma.

Pero, ¿acaso hemos aprendido? Por todo el mundo, políticos como George Bush y David Cameron nos dicen que regular las corporaciones es “una amenaza” que hay que “combatir”; incluso sostienen que debemos dejar en sus manos el clima del mundo. Para mí, sería una locura.***

* Periodista galardonado, colaborador de The Independent y una veintena de periódicos y revistas de GB, EU, Francia, Canadá y otros países. Amnistía Internacional lo nombró Periodista del Año 2007 por sus reportajes sobre el Congo.

** Conocido en México como tabasco.

*** Juego de palabras intraducible con la expresión “that’s bananas.” (N. del T.)

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

Hambruna

Artículo escrito por Alejandro Encinas y publicado en El Universal el 3 de junio de 2008
Una de las principales causas de la actual crisis alimentaria es el destino que se ha dado a los alimentos para producir biocombustibles, término que se utiliza para denominar cualquier tipo de combustible que se derive de la biomasa, es decir, de organismos recientemente vivos o de sus desechos metabólicos.

A la par del impulso que ha tomado la producción de biocombustibles, se ha presentado un debate el que sus defensores han insistido en que éstos permitirán mitigar el uso de hidrocarburos y sustituirlos paulatinamente; que se trata de combustibles menos dañinos al ambiente; que si bien pueden generar riesgos, presentan oportunidades de desarrollo en las zonas rurales y fortalecen la seguridad energética para los países y hogares.

Lo cierto es que al igual que los hidrocarburos, los biocombustibles, pese a ser una fuente de energía renovable, tienen impactos ambientales negativos, tanto en materia de contaminación atmosférica como en la destrucción de espacios naturales para crear plantaciones, para las que se utilizan grandes cantidades de fertilizante y agua.

Pero el mayor impacto se da en la competencia entre producir alimentos o producir biocombustibles, lo que ha traído consigo desabasto, disminución en las reservas y aumento en los precios de la comida.

Por ejemplo, en Argentina destinar la producción de pastos para biocombustibles ha ocasionado el aumento de precios en la carne; en España se incrementó el precio del pan tras el aumento en el precio de la harina, y en México, la compra de maíz para la producción de biocombustibles en Estados Unidos subió el precio de la tortilla.

Otro riesgo que se presenta es que la promoción en gran escala de una energía que dependa de monocultivos intensivos puede llevar al dominio de ese sector por unos pocos gigantes de la energía agrícola, mientras los pequeños productores no obtendrían mayor beneficio.

Es el caso, como señala el Grupo ETC en el estudio Ingeniería genética extrema, de las empresas Syngenta, Monsanto, Dupont, Dow, Bayer y Basf, que producen cultivos transgénicos y que cuentan con sembradíos para la producción de etanol y biodiesel, que mantienen convenios comerciales con Cargill, Archer, Daniel Midland y Bunge and Born, transnacionales que dominan el comercio de granos.

Al mismo tiempo, la expansión de los monocultivos a gran escala ha llevado a la destrucción de bosques, selvas y vida silvestre; encarece los precios de la tierra y de los alimentos e impacta en las comunidades rurales que son expulsadas de sus tierras para dar lugar a las plantaciones, como ha denunciado en Brasil Amigos de la Tierra.

De esta forma, la producción de biocombustibles amenaza la posibilidad de garantizar la alimentación de las personas. Por ejemplo: se requieren 200 kilogramos de maíz para producir 50 litros de etanol y llenar un tanque de automóvil, lo que sería suficiente para alimentar a una persona durante un año. A ello se suma, de acuerdo con el coordinador de la Conabio, José Sarukhán Kérmez, que producir un litro de etanol necesita entre 1.3 y 1.5 litros de gasolina al emplear tractores, fertilizantes y agua, proceso en el que se consumen combustibles fósiles.

Existe además un rendimiento diferenciado en el tipo de cultivos para producir biocombustibles. De acuerdo con el BID, para producir 16 mil 500 millones de litros de etanol al año, Brasil utiliza cerca de 2.7 millones de hectáreas (la mitad de caña de azúcar), que representa 0.5% de su área agrícola cultivada, producción suficiente para reemplazar casi la mitad de la gasolina en ese país. Por su parte, Estados Unidos necesita, para la misma cantidad de etanol, casi 6 millones de hectáreas, que representan 3.5% del área total agrícola y 15% del área cultivada con maíz, con lo que llega a sustituir apenas 2.5% de su consumo de gasolina.

La situación es grave y afecta severamente a la población vulnerable en los países en desarrollo; en nuestro país son ya más de 18 millones los mexicanos que viven en condiciones de pobreza alimentaria. Por ello, como lo ha propuesto el Consejo Económico Mundial de Naciones Unidas, es necesario reconsiderar el desvío de cosechas agrícolas para producir biocombustibles, a fin de no poner en peligro la seguridad alimentaria, pues el aumento en la demanda de biocombustibles produce escasez e incremento en los precios de los alimentos y otros cultivos.

Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM

Argentina

Artículo escrito por Naomi Klein y publicado en La Jornada el 26 de mayo de 2008.

Damos vueltas sobre Buenos Aires. El espacio aéreo está lleno de aeronaves, todas esperando, como la nuestra. El piloto explica que es culpa del humo, palabra que escucharé a menudo durante la semana siguiente.

Una hora y media después estoy en tierra firme, la cabeza me retumba, respiro el humo. La portada del diario Clarín muestra a alguien sofocándose y declara: “La peor contaminación atmosférica de la historia”.

Algunas cosas, como sobredimensionar, no han cambiado en Buenos Aires. De todos modos, es difícil no pensar en la primera vez que vine. Era enero de 2002. La economía acababa de derrumbarse, los bancos habían bloqueado las cuentas de sus clientes y los argentinos acababan de echar a cinco presidentes en tres semanas. Entonces también había humo, pero provenía de las fogatas callejeras.

En el lapso de una hora tengo tres teorías que intentan explicar el humo. 1) Es una protesta política de los granjeros, que prendieron fuego a sus cosechas para protestar contra un nuevo impuesto a las exportaciones de soya. 2) Es el gobierno, que prende fuego a los cultivos para que la opinión pública se ponga en contra de los granjeros después de que se pusieron en huelga contra el impuesto a la exportaciones. 3) Puede que sean los granjeros los responsables de prender el fuego, pero es culpa del gobierno, que deliberadamente rehúsa extinguirlo.

La verdad, aprendo más tarde, es que los fuegos son resultado de un cambio radical en la economía argentina. Este país solía centrarse en las vacas alimentadas con pasto, criadas por los famosos cowboys del cono sur, los gauchos. Pero la acelerada expansión de la producción de soya, debido a los elevados precios y a la gran demanda en China, ha orillado a los rancheros a ocupar tierras nuevas y cada vez más pequeñas. Queman los pastizales para renovar la tierra rápidamente, pero este año, debido a una sequía, los fuegos se extendieron sin control. Si sumamos los fuertes vientos, se explica el humo en Buenos Aires.

Es un símbolo poderoso: los orgullosos gauchos sofocados por la soya. Argentina sí que está cambiando.

Esta semana, la soya no es la única fuerza que desplaza a los vaqueros; también lo hace la Feria del Libro de Buenos Aires, la razón de mi viaje. La feria se lleva a cabo en La Rural, enormes terrenos usados para exposiciones agrícolas, donde los terratenientes argentinos subastan, desde hace más de un siglo, su ganado de alta calidad. La feria del libro transformó el lugar, cubrió los mugrosos pisos con alfombras rojas e instaló elegantes puestos. De vez en cuando llega el olor a estiércol. Nosotros, los escritores, preferimos no mencionarlo en nuestras presentaciones.

Aparte del humo, se notan muchos otros cambios en esta ciudad. La última vez que estuve aquí, las tiendas estaban vacías, en las calles había protestas y el Fondo Monetario Internacional (FMI) mandaba. Esta vez Argentina ya no le debe al FMI, la economía prospera y, en el lejano Washington, el FMI se enfrenta a su propia crisis de la deuda, provocando un autoimpuesto ajuste estructural: la organización despide a cientos de sus empleados y echa mano de sus reservas en oro.

Hoy hay menos grafitis que digan “yanquis, regresen a casa” y más… yanquis. El quiebre del mercado en Argentina, en 2001, se debió, en buena medida, a la política monetaria que fijó la paridad del dólar y el peso. La economía estaba demasiado débil para mantener la ilusión, y la moneda se derrumbó. Esta vez, buena parte del auge proviene de que la economía estadunidense está en crisis y el dólar está débil. Buenos Aires, con sus magníficos cafés y sus diseñadores de vanguardia, ganó una reputación entre los vacacionistas estadunidenses como la Europa en descuento: el París barato.

En la feria del libro, alguien del público me preguntó si creía que debería vender sus dólares. Lo acusé de ser un capitalista del desastre, de aprovecharse de la economía estadunidense en sus tiempos de crisis. En este país en el que tantos desastres –golpes de Estado, hiperinflaciones, deuda– han sido oportunidades para que los extranjeros obtengan superganancias, el comentario provoca una buena carcajada. “A la Escuela de Mecánica de la Armada”, le decimos al taxista. “¿Por qué van a la ESMA?”, pregunta. “Porque ahí estamos filmando.” Durante un minuto me da la impresión de que nos va a bajar del coche. Opta por quedarse con su tarifa, pero mantiene un furioso silencio durante todo el viaje.

Entre uno y otro evento del festival, comienzo a trabajar en un documental de mi libro La doctrina del shock, dirigido por Michael Winterbottom y Mat Whitecross, el equipo que hizo Camino a Guantánamo. Esta vez vamos a retomar ese camino unas décadas antes, en Argentina y Chile de los años 70. El centro de tortura de la época más tristemente célebre fue la ESMA, escuela naval convertida en prisión clandestina. Según grupos de derechos humanos, ahí fueron torturados cerca de 5 mil desaparecidos; la gran mayoría fueron asesinados.

En 2002, los militares todavía controlaban la ESMA, mientras que los grupos de derechos humanos, como las Madres de la Plaza de Mayo, estaban marginados del aparato institucional argentino. Personas como mi taxista, que negaban la existencia de la mayoría de los crímenes, aún influían en los debates públicos. Los amigos y los familiares de los desaparecidos recordaban a sus amados con letreros de protesta, vigilias a la luz de velas y fantasmales esténciles pintados sobre las banquetas y las paredes.

Las cosas definitivamente han cambiado. Ahora Buenos Aires tiene un muro conmemorativo oficial, construido a base de 30 mil ladrillos individuales; cada uno representa a uno de los desaparecidos. El monumento fue develado hace menos de seis meses por el entonces presidente Néstor Kirchner. La versión de la historia resguardada por las madres, las abuelas y los hijos de los desaparecidos al fin comienza a ser parte de la historia aceptada de Argentina.

Vemos el cambio más drástico cuando llegamos a la ESMA, ahora controlada por grupos de derechos humanos que transforman las casas embrujadas en un nuevo tipo de escuela, enfocada en el tipo de país que los desaparecidos, la mayoría activistas de izquierda, trataban de construir cuando fueron aniquilados.

Siempre habrá quienes nieguen las atrocidades que aquí sucedieron. Pero el pasado, en Argentina, finalmente se va aclarando, a pesar del humo.

© 2008 Naomi Klein.

Autora de La doctrina del shock, www.naomiklein.org

Traducción: Tania Molina Ramírez